Apelando a la vida, envenenan lo vivo. Dejan morir a aquellos que son innecesarios a la liturgia espuria de sus dioses de barro. Legislan para hacer de la miseria el caldo de cultivo propicio para las alimañas que engordan como cerdos devorando carroña. Niegan el pan y el agua a los que con la fuerza de sus manos obraron el sagrado prodigio seminal de los ríos fecundando las mieses. Ordenan, por decreto, “creced, multiplicaos, para nutrir el caos que nos otorga fuerza para, crueles, seguir sirviendo a nuestros amos.” En el nombre de dios, su dios violento y sádico –terrible trinidad: peste, intemperie y hambre– construyen el infierno. Si yo fuese su dios, ese ídolo de fábula al que han prostituido mudándolo en diablo, los echaría, a patadas, del templo para siempre.
1 comentario:
Anónimo
dijo...
Si cualquiera de los dirigentes caminara entre la intemperie y el hambre, qué distinto recortaría. ¡parados y hambrientos de España, al poder¡
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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Si cualquiera de los dirigentes caminara entre la intemperie y el hambre, qué distinto recortaría. ¡parados y hambrientos de España, al poder¡
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