El mayor gasto anual de un tío soltero, trabajador en precario, es regalarle a su sobrino algún juego nuevo y de moda. El videojuego de fútbol o baloncesto que estrenan cada año, el karaoke virtual, y tantos otros. Aparte, mi sobrino, como si viniera de una familia de malabaristas, sólo juega al aire libre en las escaleras de la plaza al modo americano: haciendo acrobacias con la tabla y con esa bicicleta enana capaz de saltar como los caballos.
Echando la vista atrás: ¡qué poquito dinero se necesitaba para disfrutar jugando en los años sesenta¡ Inundaban entonces los quioscos los cromos de las ligas de fútbol y los diminutos muñecos de plástico verde, con que se hacían guerras mundiales y carreras como el Tour, en el pasillo de casa. ¡Había tantos juegos gratuitos en plena calle¡: Al cielo voy, la lima, la piola; matarse con la pelota; policías y ladrones; el stop; el escondite; el tejo; el elástico…
(¢) Carlos Parejo Delgado
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