Suculentas frases y geniales ideas sobre la luz en la ciudad, aparecen desperdigadas por la antología poética antes referida, de las que hemos hecho un osado compendio pedagógico, remitiendo al lector a sumergirse en los textos originales para saborearlos en su justa medida.
Para Luis, el amanecer de una gran ciudad es una hora incierta, presentida. Comienza cuando los miles de trabajadores se desplazan desde su periferia, hacia el resplandor de su orla iluminada en el horizonte. Sigue con la ansiada presencia de esbeltas farolas a ambos lados de la autovía que permiten conducir más seguro, y salir de la oscuridad. Y suele acontecer todo el tiempo con las ventanas cerradas de sus vehículos, mientras escuchan la radio. Una vez dentro de la ciudad, las calles son campos oscuros, una vez apagado el alumbrado público, donde los semáforos parecen tiritar de frío con tonos naranjas. Pasan, como raudas y rápidas brisas, taxis y aceleradas camionetas de reparto. No sentimos que es verdaderamente de día hasta que se apagan todos los faros de los vehículos.
Los habitantes de las ciudades amanecen a distinta velocidad. Las ventanas abiertas y con las luces encendidas indican la presencia de vida, frente a las persianas cerradas y las negras ventanas que denuncian que todavía se duerme. En el hogar, dulce hogar, las campanas, los gallos y el canto de los pájaros, han sido sustituidos por los despertadores eléctricos, o el súbito desencantamiento del sueño producido por el ruido de los electrodomésticos del vecindario.
© Carlos Parejo Delgado
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