lunes, 21 de mayo de 2012

La luz en la ciudad. Una relectura de la antología de Luis García Montero “Poesía Urbana (1980-2002). Anochecer (II) (Carlos Parejo)


En cuanto comienza a anochecer se produce, de nuevo, el masivo asalto de las luces de neón. El alumbrado público transfigura la piel de la ciudad con un tono lechoso, amarillo o naranja mortecino. Sólo cuando hay luna llena ésta recupera algo de su protagonismo secular. Contemplada desde las alturas, la ciudad es un laberinto de ríos de luces por donde navega la circulación rodada. Sus habitantes se montan cada atardecer en su vehículo para volver a casa después de un agotador día laborable. Las farolas iluminan intensamente las calzadas, que ganan protagonismo respecto a las aceras de los viandantes.

La puesta del Sol parece ser lo de menos para los conductores: La atención se concentra en los cruces, los CEDA EL PASO y los STOP, en las luces intermitentes y el rojo temblor de los frenos de los vehículos que van delante, y en el naranja, rojo y verde de los semáforos.

Los conductores van como automatizados, con la querencia de los animales cansados, a sus madrigueras. A sus lados sólo ven inmensas filas de coches muertos. Sólo les interesan los alrededores cuando se acercan a su destino, y sus ojos vagan ansiosamente buscando aparcamiento.

Los que salen a pasear a la caída de a tarde prefieren las calles comerciales intensamente iluminadas. En ellas sucumben a la luz embrujadora de los escaparates, se alegran y distraen con el bullicio de la gente y tantas cosas que ver y que comprar. Sin embargo, su ilusión dura poco. A partir de las nueve de la noche las calles comerciales se convierten en los pasillos de una triste, silenciosa y bien guardada penitenciaria. El paseante camina entre rejas o persianas metálicas echadas.

© Carlos Parejo Delgado

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