“¡A galopar!”
Rafael Alberti
“¡A la mierda!”
José Antonio Labordeta
Hoy no escribo para pedir el voto para nadie. Hoy escribo para instruir un sumario.
Manolo P., hace unos años, se hipotecó hasta las heces para adquirir una vivienda. Una de esas viviendas cuyo coste de construcción era entonces a lo sumo de unos 40.000 euros, y que se terminaba poniendo en venta por entre 150 y 200.000, 4 o 5 veces su valor.
Un tiempo más tarde, Manolo P. perdió su empleo. O, para ser más fieles a la verdad, a Manolo P. le fue arrebatado su derecho al trabajo por un hatajo de indeseables cuya codicia no conocía límites y que obtenían más beneficios especulando que produciendo bienes u ofreciendo servicios.
Y algo después no pudo seguir haciendo frente al pago de su hipoteca. Y a Manolo P. le fue arrebatado un nuevo derecho; su derecho a una vivienda digna; Manolo P. fue desahuciado. Manolo P., no obstante, tuvo algo de suerte. Su suegro lo acogió en su casa, compartió con él pan y penas. Sin un reproche. Siempre con una sonrisa y una palabra de ánimo para la esperanza.
Ayer Manolo P. sorprendió a su suegro llorando amargamente. A oscuras. En silencio. Como a Manolo P. aún le restaba una cantidad por satisfacer a los usureros, cantidad a la que seguía sin poder hacer frente, ahora esos perros codiciosos sin ética, humanidad ni escrúpulos, al haber avalado a su yerno para que le fuese concedido el necesario préstamo hipotecario, lo amenazaban también con el desahucio. Como a otros tantos miles, decenas de miles, centenas de miles.
Hoy no escribo para pedir el voto para nadie. Hoy escribo para morder a los perros.
Hoy escribo para acusar a Emilio Botín, para acusar a Francisco González, para acusar a Juan Rossell, para acusar a Rajoy, Rubalcaba y sus predecesores… de formar parte de una, aun legalizada por leyes injustas a la carta, muy peligrosa y sanguinaria red de delincuentes, de una mafia político-especulativo-financiera, metástasis en la médula ósea de la patria, en la sangre del pueblo de la prostituida España. De una mafia que actúa con total impunidad, con premeditación, con contumaz alevosía, para hacer brotar, con intención de perpetuarla, la cizaña de la desigualdad y la injusticia, de la desilusión y el pánico.
Para acusarlos de robo, de arrebatar al pueblo, a los ciudadanos, el fruto nada fácil de años de esfuerzo, sudor y de lágrimas. Para acusarlos de condenar a la marginación y a la intemperie a los desposeídos, a los nadie.
Para acusarlos de asesinato, de ser la mano oculta que empuja al vacío al suicida o empuña la daga del infarto reventando corazones de hastío y desesperanza.
Para acusarlos de infundir y servirse del miedo para sus criminales propósitos, para acusarlos, sí, de terrorismo. Terrorismo empresarial, terrorismo financiero, terrorismo de Estado.
Para acusarlos de totalitarismo, de ser la refinada y a un tiempo brutal mafia de cuello blanco y corazón de piedra que está devolviendo al pueblo a los tiempos del esclavismo, del derecho de pernada.
Hoy escribo para acusarlos y declararlos culpables.
Hoy no escribo para pedir el voto para nadie. Hoy escribo para instar, para exigir al pueblo español, a todos y cada uno de los ciudadanos españoles, si es que aún conservan una brizna de orgullo, una brizna de valor y dignidad, una brizna de cordura, que los boten. Que boten, que desahucien a todos estos bribones, a todos estos ladrones, a todos estos asesinos, y sus mamporreros políticos, de sus lujosas cuevas de Alí Babá, para conducirlos al lugar que les corresponde por sus crímenes. Hoy exijo al pueblo español que los boten. A uñas y dientes. Si fuese preciso, a patadas. Hoy no escribo para pedir el voto para nadie. Hoy escribo para exigir al pueblo español que, si fuese necesario, arrastren a todos y cada uno de esos desalmados de los pelos por las calles hasta sentarlos en el banquillo de los acusados, hasta “enterrarlos en el mar”.
Manolo P., hace unos años, se hipotecó hasta las heces para adquirir una vivienda. Una de esas viviendas cuyo coste de construcción era entonces a lo sumo de unos 40.000 euros, y que se terminaba poniendo en venta por entre 150 y 200.000, 4 o 5 veces su valor.
Un tiempo más tarde, Manolo P. perdió su empleo. O, para ser más fieles a la verdad, a Manolo P. le fue arrebatado su derecho al trabajo por un hatajo de indeseables cuya codicia no conocía límites y que obtenían más beneficios especulando que produciendo bienes u ofreciendo servicios.
Y algo después no pudo seguir haciendo frente al pago de su hipoteca. Y a Manolo P. le fue arrebatado un nuevo derecho; su derecho a una vivienda digna; Manolo P. fue desahuciado. Manolo P., no obstante, tuvo algo de suerte. Su suegro lo acogió en su casa, compartió con él pan y penas. Sin un reproche. Siempre con una sonrisa y una palabra de ánimo para la esperanza.
Ayer Manolo P. sorprendió a su suegro llorando amargamente. A oscuras. En silencio. Como a Manolo P. aún le restaba una cantidad por satisfacer a los usureros, cantidad a la que seguía sin poder hacer frente, ahora esos perros codiciosos sin ética, humanidad ni escrúpulos, al haber avalado a su yerno para que le fuese concedido el necesario préstamo hipotecario, lo amenazaban también con el desahucio. Como a otros tantos miles, decenas de miles, centenas de miles.
Hoy no escribo para pedir el voto para nadie. Hoy escribo para morder a los perros.
Hoy escribo para acusar a Emilio Botín, para acusar a Francisco González, para acusar a Juan Rossell, para acusar a Rajoy, Rubalcaba y sus predecesores… de formar parte de una, aun legalizada por leyes injustas a la carta, muy peligrosa y sanguinaria red de delincuentes, de una mafia político-especulativo-financiera, metástasis en la médula ósea de la patria, en la sangre del pueblo de la prostituida España. De una mafia que actúa con total impunidad, con premeditación, con contumaz alevosía, para hacer brotar, con intención de perpetuarla, la cizaña de la desigualdad y la injusticia, de la desilusión y el pánico.
Para acusarlos de robo, de arrebatar al pueblo, a los ciudadanos, el fruto nada fácil de años de esfuerzo, sudor y de lágrimas. Para acusarlos de condenar a la marginación y a la intemperie a los desposeídos, a los nadie.
Para acusarlos de asesinato, de ser la mano oculta que empuja al vacío al suicida o empuña la daga del infarto reventando corazones de hastío y desesperanza.
Para acusarlos de infundir y servirse del miedo para sus criminales propósitos, para acusarlos, sí, de terrorismo. Terrorismo empresarial, terrorismo financiero, terrorismo de Estado.
Para acusarlos de totalitarismo, de ser la refinada y a un tiempo brutal mafia de cuello blanco y corazón de piedra que está devolviendo al pueblo a los tiempos del esclavismo, del derecho de pernada.
Hoy escribo para acusarlos y declararlos culpables.
Hoy no escribo para pedir el voto para nadie. Hoy escribo para instar, para exigir al pueblo español, a todos y cada uno de los ciudadanos españoles, si es que aún conservan una brizna de orgullo, una brizna de valor y dignidad, una brizna de cordura, que los boten. Que boten, que desahucien a todos estos bribones, a todos estos ladrones, a todos estos asesinos, y sus mamporreros políticos, de sus lujosas cuevas de Alí Babá, para conducirlos al lugar que les corresponde por sus crímenes. Hoy exijo al pueblo español que los boten. A uñas y dientes. Si fuese preciso, a patadas. Hoy no escribo para pedir el voto para nadie. Hoy escribo para exigir al pueblo español que, si fuese necesario, arrastren a todos y cada uno de esos desalmados de los pelos por las calles hasta sentarlos en el banquillo de los acusados, hasta “enterrarlos en el mar”.
1 comentario:
Sí, deshaucios "reales" ya...y no los otros !!
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