Leo en el diario "El País" un interesante reportaje de Mónica Salomone titulado “Evolución humana a la carta” encabezado con el siguiente texto: "La posibilidad de mejorar genéticamente al 'Homo sapiens' será pronto posible. Los científicos debaten si es ético 'fabricar' hombres más fuertes o más sanos”. Éste es un tema que hace ya unos años viene apareciendo de vez en cuando en los medios de comunicación -¿o de manipulación?- de masas y que ya hace unos años suscitó mi interés y reflexión al respecto, sobre la base de la ficción de una magnífica película de Andrew Niccol, Gattaca, que recomiendo encarecidamente.Gattaca (*)
(Clonación, selección genética y «eugenismo» en el contexto neoliberal)
Ha saltado la gran noticia: ya puede que la Humanidad tenga acceso a la piedra filosofal capaz de terminar con todas las calamidades y llevarla a habitar en un futuro no muy lejano un mundo feliz. Puede que unos científicos surcoreanos estén ya en disposición de acometer con garantías la clonación humana. Pero, ¿llevarán los avances biotecnológicos y las técnicas de clonación y selección genética a un futuro mejor para los seres humanos? ¿A esa tierra tantas veces prometida y permanentemente hurtada?
En Gattaca, película de Andrew Niccol, se nos muestra una sociedad donde estas tecnologías están plenamente dominadas y permiten la “fabricación” de seres humanos a la carta. Un mundo sin enfermedad, sin fealdad, ¿sin tristeza? Pero este mundo perfecto y feliz con seres física y mentalmente inmaculados sólo está reservado a unos cuantos. Pues también existe otro submundo, que sólo conocemos tangencialmente a través de la personalidad de Vincent Freeman (¿hombre libre?), el protagonista de la historia, perteneciente a la categoría de los no-válidos, personas inferiores concebidas usando el gratificante modo clásico y no mediante el diseño genético. Personas a las cuales, la aplicación de las mismas técnicas creadoras de seres perfectos permiten diagnosticarles de antemano y con precisión milimétrica todas las miserias que sufrirán en el futuro como producto de sus imperfecciones. Y a causa de esas imperfecciones científicamente detectadas se convierten en ciudadanos de segunda a los que les está vedado el acceso a los privilegios reservados a la élite genética, representada en la persona de Jerome Eugene (el bien nacido).
Las arcaicas discriminaciones movidas por impulsos emocionales de corte racial o religioso han sido superadas por una discriminación “científica” basada en características genéticas no heredadas sino adquiridas en un laboratorio: el eugenismo o genoísmo. Aunque en el fondo la verdadera raíz de la discriminación continúa hundiéndose en los mismos terrenos de siempre: factores de corte clasista por los que los poderosos y ricos ejercen su dominio sobre los pobres y débiles. En Gattaca sólo los ricos tienen posibilidades de seleccionar las características genéticas de sus hijos.
Pero, partiendo de un contexto estructural dominado por un neoliberalismo salvaje, asentado en la desigualdad y la discriminación y en un predominio perverso de los intereses macroeconómicos privados frente a los beneficios sociales o públicos ¿es Gattaca el destino lógico al que nos pueden llevar la clonación y la selección genética? O, por el contrario, ¿es un producto más o menos afortunado de una ciencia-ficción sin sentido?
La respuesta parece evidente. Estamos más cerca de Gattaca de lo que podríamos pensar. La utilización y destino de la ciencia y sus avances se sitúa hoy día, salvo honrosas excepciones, fuera de los circuitos de la ética. El neoliberalismo, un sistema que no podría subsistir sin apropiarse de todo aquello que en justicia debería ser patrimonio de la humanidad, se apropia permanentemente también de la ciencia para sus espurios, aberrantes y asquerosos fines. La ciencia es hoy día, sin que por ello se pueda o se deba culpabilizar a los científicos, una mercancía privatizada al servicio de una reducida élite dominante en función de su ostentación del poder y acaparación criminal de la riqueza. Por ello, los enormes beneficios que podría y debería proporcionarnos la investigación genética en cuanto a prevención y erradicación de enfermedades y a dotarnos de una mayor calidad de vida, pueden resultar ficticios, falsos y contraproducentes para el conjunto de los seres humanos.
En Gattaca tal vez más importante que lo que se ve, es lo que no se ve, lo que deberíamos intentar intuir. ¿Cómo es ese submundo de los no-válidos? del que sólo tenemos una remota referencia por Vincent, versión futurista de arriesgado ocupante de patera rumbo a las costas gaditanas en busca de un mundo más perfecto y con mas oportunidades. O a la profundidad del mar.
Una vez que los poderosos de Gattaca disponen de una genética perfecta que los hace inmunes ante la enfermedad y tal vez también ante factores ambientales de riesgo, ¿se ocupa su ciencia al servicio de la élite genética de investigar y desarrollar también métodos para curar las enfermedades de los no-válidos? ¿Actúa para prevenir y mitigar los problemas ambientales que los afectan? (Las playas plagadas de algas que aparecen en el mar donde se baña Vincent son síntoma de un exceso de dióxido de carbono).
Tal vez. Pero para ello, en ese futuro posible o imposible deberían haber cambiado mucho las superestructuras, los valores, para que no suceda como en la actualidad, donde una ciencia controlada y atrapada en la maraña del abuso capitalista es incapaz de dedicarse con contundencia a ofrecer soluciones a enfermedades que, como la malaria, afectan a millones de seres humanos. Deberían cambiar también para que muchos avances científicos, como los existentes para el tratamiento del sida, no sean vedados a millones de pobres-enfermos-pobres por la avaricia de criminales mafias farmacéuticas.
Hoy, cada vez que en torno al tema de la selección genética, surgen las voces de alarmistas ávidos de regresar a las cavernas, como el que aquí mal escribe, se echa mano de la ética como maravilloso bálsamo de fierabrás. Pero ¿cómo es posible usar el argumento de la ética científica en un mundo donde la ética se ha convertido en rara avis en peligro grave de extinción? Una ética que no tiene cabida entre los contra-valores del neoliberalismo. En un momento de Gattaca se dice: “no hay gen para el espíritu humano”. Igual que no hay espacio para la ética en el neoliberalismo.
La investigación genética es una gran oportunidad. Pero para que lo sea para todos es preciso que la sociedad sea capaz de arrebatar la ciencia y la vida misma de las zarpas monstruosas del liberalismo. De lo contrario acabaremos en Gattaca y en su contra-Gattaca, como expresión de una sociedad que, a pesar de su apariencia feliz y pulcra, estará asentada en el fascismo de cara más o menos amable, una dictadura clasista-genética disfrazada de democracia ficticia, una discriminación bestial enmascarada por una falsa igualdad, y una libertad aplastada por el determinismo genético.
“Sólo el fuerte consigue el éxito” se dice también en el filme. Frase que podría ponerse en boca actualmente de cualquier explotador neoliberal imbuido de darwinismo social. La investigación genética ofrece grandes posibilidades. Pero de su combinación con el neoliberalismo surge una mezcla demasiado inestable, explosiva y con un potencial destructivo que sólo mínimamente se nos anticipa en películas como Gattaca.
(*) Artículo originalmente publicado en “La Insignia” en febrero de 2004.