jueves, 30 de agosto de 2007

Un diamante… tampoco es para siempre

(apuntes para una nimia tragedia en dos breves actos)
ACTO PRIMERO

ÉL, ELLA.

El acto se desarrolla a la caída del ocaso, en el salón de la casa de ella, sólo iluminado por la leve penumbra lateral -de tonalidad purpúrea- procedente de un ventanal orientado al oeste, sin balcón y con las cortinas, translúcidas y de color celeste, corridas. Como único mobiliario un sofá de color verde oscuro y una mesa de caoba. Las blancas paredes, desnudas, macilentas ante las fauces de la noche.

(Se levanta el telón).

ÉL (de pié, mirándola a los ojos). –Y si, como dices, aún me aprecias, e igual que yo, deseas tratar de ir suavizando con el tiempo la distancia y la incomunicación a que dieron lugar tantos malos entendidos entre nosotros, ¿por qué te niegas a demostrármelo alguna vez con un mínimo de ternura?

ELLA (hundida en el sofá y con la mirada perdida en las cortinas). –¿Es que acaso no tienes fe en mí?

ÉL (tras acercarse a la ventana y descorrer la cortina, mirando al exterior y dándole la espalda para ocultar las lágrimas que empiezan a aflorar mansamente desde sus ojos). –Ya sabes que siempre fui un descreído. Pero esa no es la cuestión. La fe, a veces, requiere de pequeños milagros para no ir desvaneciéndose en el vacío ¿Te importaría responder a mi pregunta con un intento de explicación y no con otra pregunta?

ELLA (con voz firme y manos trémulas). –Bueno, lo cierto es que por nada del mundo me permitiría perder mi fortaleza; es de lo poco que ya me queda. Eso es todo.

Fin del diálogo. Él, sin decir palabra y sin mirarla, se despide con un lacónico gesto cansado y un amargo rictus en el rostro, mientras va cayendo el telón.

ACTO SEGUNDO

ÉL, ELLA.

El mismo escenario, pero con la luz indirecta del amanecer penetrando por la ventana, que aún permanece con la cortinas descorridas. Ella aún va vestida con la ropa del día anterior y aparece sin maquillar y notoriamente despeinada.

(Se levanta el telón).

ÉL (entra en escena portando un martillo en la mano derecha). –Buenos días (con voz apagada y medrosa), no temas, no es mi intención causarte daño alguno.

ELLA (semitumbada en el sofa; mirándolo a los ojos y con voz tranquila, aunque sin poder evitar cierta sorpresa en su rostro). –Aunque ignoro lo que pretendes, nada temo. Sé que por nada del mundo te permitirías hacerme algún daño de manera premeditada y consciente.

ÉL (sacando un pequeño diamante del bolsillo de la camisa) –Sólo pretendo…

ELLA (interrumpiéndolo con voz enérgica, mientras con rápidez se incorpora del sofá para ponérsele frente a frente). –¡No hubieras debido!; ¡sabes de sobra que estas cosas no dan resultado conmigo!

ÉL (agachándose para colocar el diamante sobre el suelo). –No es eso, mujer, no es eso.

ELLA (en tono de desconcierto, y elevando las palmas de las manos, abiertas al frente y con gesto tenso, a la altura de los hombros). –¿Entonces…?

Fin del diálogo. Con el diamante ya sobre el suelo, él, de un golpe seco, lo hace polvo y añicos. Se incorpora, saca una esponja azul del bolsillo izquierdo del pantalón y, junto con el martillo, lo deposita sobre la mesa. Se besa las yemas de los dedos anular y corazón de la mano izquierda, y de un suave soplido hace ademán de enviarlo hacia ella. Se marcha en silencio mientras ella permanece, de pie e inmóvil, mirando fijamente la mesa hasta que termina de caer definitivamente el telón.

FIN


(Tras unos instantes de profundo silencio, pitos y palmas. Aparecen algunos pañuelos ondeando entre el público, no se sabe bien si en señal de aprobación o reclamando las orejas y el rabo del autor –todo ello, claro está, tan sólo en la imaginación de éste).


Nota (para nada baladí) del autor: Sería recomendable -de algún día llegar a representarse esta desastrosa tragedia- que no fuese utilizado un diamante auténtico.

Otra nota del autor (ésta, de carácter aclaratorio –tal vez fuese conveniente, de nuevo en el caso de una improbable representación, que figurase en los programas de mano, aunque, en cualquier caso, y de no hacerlo, ésta no sería la incógnita más importante que quedaría por resolver.): Aunque pudiera parecerlo, él no dispone de llave. Es ella la que siempre tiene su puerta entreabierta, a la hora en que intuye que él puede llegar. Su intuición, a veces, sólo a veces, podía ser asombrosa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Echa "palante" esos "apuntes" están estupendos, y ...la nota "para nada baladí", ja ja.. ¡¡qué tío estás hecho!!

Besos

Anónimo dijo...

Un guión teatral muy original, habría que buscar unos buenos actores que lo escenifiquen como se merece. Me ha gustado Rafa. Besos(hoy no estoy muy habladora)

Anónimo dijo...

Gracias, Milena, leuma, igual lo completo y amplio un poco para que dejen de ser apuntes, aunque no sería mucho más largo, lo esencial está dicho. Si se llegase a representar tendríais reservado un asiento en primera fila. ¡Ah! y el diamante (uno de la primera función y otro de la segunda) sería para vosotras, jajajajaja.

Muchos besos.