Truman, Harry S. Truman,
Fue un tipejo,
Ciertamente, cojonudo
-Entiéndase esto como un eufemismo
Que trata de evitar el uso de palabras malsonantes,
Como pudieran ser hijo de la gran puta o cabronazo,
U otras,
Como criminal o genocida,
Muy poco políticamente correctas
Cuando se trata de aplicarlas a los vencedores
En lugar de a los vencidos-…
Como decía,
Antes de este largo paréntesis que espero puedan olvidar sin mayor esfuerzo,
Truman, Harry S. Truman,
-Lo de la “S” no es más que el fruto de la gilipollez de un descerebrado,
Que no fue otro que el propio Truman-
Fue un pedazo de hijo de la grandísima puta
Que probablemente pase a la Historia
Por haber acabado para siempre con las guerras
-Por mucho que aún se continúe aplicando este término
Para denominar a determinadas acciones humanitarias
O en evitación de males mayores, es decir
Con mayor número de bajas entre las huestes de los buenos,
Que ya se sabe que más vale prevenir
Que curar-.
Cierto es que, tras su acto heroico,
Con el que elimino en un par de plumazos
A unos 190.000 asquerosos indeseables
Y fue matando lentamente
A varios centenares de miles más durante décadas,
Alguna que otra guerra se ha sucedido
Por esos mundos de dios
-Qué aunque, según dicen los curas, es ubicuo,
En la actualidad ha fijado su sede central en Washington -;
Mundos
Que no aparecen para nada en los noticiarios,
Salvo que se produzca alguna baja reseñable, por interesada,
Entre los aguerridos libertadores.
Pero es que, hasta en esto de la eliminación aséptica de elementos perniciosos,
Siempre cuesta un poco adaptarse a los tiempos.
Pero, ciertamente,
Hoy apenas ya
Van quedando guerras.
Hoy,
Cuando a algún alto mandatario del eje del bien por la gracia de dios
-Del dios bueno, cómo no-
Se le ocurre imaginar que en algún lejano rincón de este puñetero mundo
-Que curiosamente suele casi siempre coincidir con países que cuentan con grandes reservas de petróleo
O con algún que otro valioso recurso imprescindible para el progreso occidental-,
Hay un sanguinario dictador acumulando armas de destrucción masiva con la aviesa intención de dirigirlas contra Londres, Washington o Miami Beach,
Ya no se envía a los ejércitos para batirse cuerpo a cuerpo en el campo de batalla,
Ni, mucho menos aún,
Según esa costumbre tan bárbara por la cual
Eran los generales los que debían ir a la cabeza de sus mesnadas
-¡Con poco cerebro, sí señor, pero con dos cojones!-.
No, hoy no.
Hoy se siembran con minas antipersona –semilla de muerte y cizaña- los caminos que llevan al agua,
O se bombardea sistemáticamente con bombas de racimo
Cualquier objetivo considerado como estratégico
Por una serie de memos encorbatados que no aprendieron ni a jugar al Monopoly –aunque sepan mucho de monopolios-.
Y llueven,
Siempre por error, claro,
Misiles inteligentes –que sólo lo son en la medida en que se los pueda comparar con los imbéciles que los idearon o mandan usarlos- sobre escuelas y mercados atestados de civiles,
Hombres, mujeres y niños
Que estaban cuando no debían
En el lugar equivocado,
Daños colaterales
Que aceleran la conquista.
Sí, Truman, Harry S. Truman,
Ese grandísimo pedazo de hijo de la gran puta tan cojonudo
-Tanto
Que ni a título póstumo llegará a ser juzgado por ser un mamonazo genocida-,
Encontró la clave precisa
Para acabar con las guerras
E iniciar un nuevo modo de conquista,
Un modo que en nuestro diccionario se denomina
MASACRE.
¡Heil Truman!
¡Heil también a sus cachorros!
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