Las elecciones generales del 20-D han supuesto un varapalo sin precedentes para Izquierda Unida. Porque si bien es cierto que con el 3'75% de los votos, de haber contado con un sistema electoral proporcional puro (una mujer, un voto), nos hubiesen correspondido 13 diputados, nunca antes habíamos obtenido tan pésimos resultados: tan sólo 2 representantes en el Congreso de los diputados, lo que, de no hacer del mejor modo entre todos los posibles a partir de ahora las cosas, nos coloca al borde de la desaparición con fuerza parlamentaria.
Es por ello que a partir de hoy, aquellos que seguimos pensando que Izquierda Unida es un proyecto político necesario para mejorar las condiciones de vida de los pueblos de España, debemos hacer un profundo ejercicio de autocrítica como antes nunca.
Y en este ejercicio habrá que analizar muchas cuestiones, pero las justas y con el sosiego necesario, y sin caer en la tentación, que seguro muchas compañeras y compañeros ahora albergan, de tratar de cortar la cabeza al primero que pase. Porque hoy, como siempre, en Izquierda Unida no sobra cabeza alguna.
Un ejercicio, por tanto, sosegado, en el que ha de resultar ineludible analizar, entre otros asuntos, las consecuencias negativas de cuántas luchas fraticidas internas en las cuales, en tantas ocasiones, le tocó al bueno de Abel la peor parte. O si el afán desmedido de algunos por controlar la organización, le ha restado el pluralismo necesario para mantener la confianza de determinados sectores sociales en nuestro proyecto. O sí, y pese a que la figura de Alberto Garzón como candidato a la Presidencia del Gobierno tal vez haya supuesto un vendaval de aire fresco sin precedentes, no habido una renovación suficiente, o no ha sido la más idónea, en órganos de dirección y candidatos a ocupar cargos públicos. O si debimos o no pactar con los socialistas en Andalucía y permitir el gobierno de los populares en Extremadura. O si no se ha mimado como se debiera a las áreas de elaboración colectiva. O, incluso, por qué no hemos sido capaces, en tantas décadas ya de "democracia", de cambiar una ley electoral que tanto daño nos hace y tanto perjudica al pluralismo político. Todo esto y mucho más. Pero que nadie piense que con lo ya dicho mi intención es hacer por mi cuenta y riesgo una autocrítica que debe ser colectiva. No, mi intención es, desde la modestia y el compromiso, ofrecer algunas reflexiones dirigidas a tratar de sugerir algunas pautas acerca del modo más adecuado de afrontarla. Repito, sosegadamente, y sin poner a funcionar la guillotina ni autoflagelaciones tan contraproducentes ahora y siempre como innecesarias.
Porque nosotros y nosotras, compañeras y compañeros, nada hemos tenido que ver con el caso Gürtel. Ni con los ERE fraudulentos en Andalucía. Ni con las puertas giratorias. Ni con los GAL. Ni con Naseiro o Bárcenas. Ni con financiaciones ilegales. Ni con la brutalidad policial. Ni con las 40 000 personas que, en un país donde hay varios millones de viviendas vacías, malviven a la intemperie. Ni con tantos y tantos niños desnutridos. Ni con el caso Púnica. Ni con Pujol ni Urdangarín. Ni con la reforma del artículo 135 de la Constitución. Ni con los casi 5 millones de parados que según la EPA se contabilizan en la actualidad en España. Ni con la masacre perpetrada en Iraq por el Imperio. Ni con las sucesivas reformas laborales que hoy nos han abocado a un nuevo esclavismo. Ni con el TTIP que se nos viene encima. Ni con tantos y tantos de nuestros jóvenes exilados por causa de unas políticas que los abocaban a una vida sin futuro en "nuestro" país. Ni con la maldita Ley Mordaza. Ni con los desahucios...
Y pese a no haber tenido nada que ver con tanta inmundicia, hoy estamos donde estamos, en el lugar en el que deberían estar otros que en estos momentos deben estar brindando con champán -no con cava- por haber salvado mucho más que los muebles.
Hoy estamos, compañeras y compañeros, malheridos, en pelota picada y prácticamente desarmados, tras unas barricadas decrépitas. Y es invierno. El más desapacible de todos los inviernos. Pero aún nos quedan las botas, compañeras y compañeros, aún nos quedan las botas. Y sobre ellas, debemos levantarnos para continuar peleando por nuestros ideales, por nuestro firme convencimiento de que un mundo mejor no sólo es posible, sino más necesario que nunca. Para que si algún día nos juzga la historia, no se pueda decir que también cometimos el error, el abominable error, de no caer con las botas puestas.
¡Fuerza, compañeras y compañeros! ¡Que las urnas no nos roben la alegría, los ideales ni la esperanza!