domingo, 22 de julio de 2007

De la miopía de Sancho y la clarividencia utopista de Don Quijote


Son innumerables las ocasiones en las que la Historia ha terminado juzgando mal a muchos de sus protagonistas, sobre todo cuando han terminado formando parte de los ejércitos de los vencidos o sus ideas han sido contrarias al involucionismo que, tarde o temprano, termina contaminando a cualquier sistema con afán de perpetuar el/su status quo. De igual manera sucede con los personajes literarios, siendo un caso paradigmático el de Alonso Quijano, y por contraposición el de su fiel escudero Sancho. ¿Quién era quién en la magistral obra de Cervantes? ¿Quién era capaz de ver la realidad por detrás de su propia bruma y quién sólo aparentemente vivía con los pies en la tierra, pues se dejaba engañar por lo sólo aparente? ¿Era Don Quijote un loco o el más cuerdo de todos en su bendita locura?

La obra más universal de Cervantes es, en mi opinión y ante todo, una continua sucesión de metáforas, una gran alegoría, una parodia incisiva y mordaz, incluso tanto como la de Erasmo en su Moira, de la sociedad de aquella época. Yo sólo alcanzo a conocer unas pocas de esas metáforas, y, en ningún caso, las he descubierto por mí mismo, sino apoyándome en textos de grandes y menos grandes conocedores de la obra de más renombre del Manco de Lepanto. Por desgracia, el Quijote, a pesar de ser considerado casi por consenso como la obra más grande de la literatura universal, ha pasado a la historia más que nada por ser un libro de aventuras que narra las peripecias de un hidalgo loco que, motivado por esa locura, por ese sinsentido, se enfrentó a pecho descubierto a unos enormes molinos de viento. Un libro de caballerías más al uso. ¡Ah! si Cervantes levantara la cabeza, él que tanto criticó ese género. Y, por su parte, Sancho ha pasado a ser considerado como el cuerdo, como el sensato de la historia. De nuevo en mi opinión, nada más lejos de la realidad. El Quijote, a poco que se profundice en su lectura con afán de descodificar su simbología, y se relacionen los hechos narrados con la historia de la época, se nos descubre como un libro tremendamente político y de crítica social en el que, en muchos de sus pasajes, Don Quijote para nada es un demente, sino un gran defensor de la justicia, la igualdad y la utopía, en tanto que Sancho, al que normalmente identificamos como el personaje con los pies en el suelo, no estaría realmente siendo capaz de interpretar la realidad o, al menos, no lo estaría haciendo con justicia. Esa es la grandeza de Cervantes, El Quijote y Don Quijote.

Nos dice Rafael de Cózar en “El Quijote, parodia de la ficción y del mundo real”: “Así realiza Cervantes la gran parodia de los libros de caballería, que habían sido tan populares, y lo hace desde la óptica del humor, colocando enfrente del mundo fantástico la realidad más trivial. La fórmula paródica le permite plantear todo tipo de de cuestiones literarias, sociales, morales y también políticas, con lo que la obra va más allá de de un ejercicio literario sobre un tipo concreto de novelas”. Y “Obra de humor, satírica, de entretenimiento, pero que también permite lecturas de otro calado (…) Todo ello nos permite reflexionar sobre la España del siglo XVI, que ya ofrece algunos signos evidentes de su decadencia (…) Por eso nunca entendí al Quijote como un ataque a la caballería, ni tampoco, en el fondo, a la literatura caballeresca, a no ser por lo que tiene de inverosímil, de irreal. Más bien me parece una parodia de la España de entonces y su quijotesca aventura en una época de locura que parece impregnar por igual a reyes y súbditos, mientras media España se desangra en sus esfuerzos. En este sentido me da la impresión de que el humor no es puro, y esconde, de algún modo, una cierta amargura crítica…”

Por su parte, Eduardo García, en su “Don Quijote o la fuerza del deseo” nos comenta: “Es Don Quijote, ante todo, un buen hombre. Carece de malicia, de torcidas intenciones. Jamás engaña a nadie, ni urde tretas como aquellas de las que le hacen objeto sin cesar. Su menos que escaso uso de la fuerza obedece siempre a las mejores intenciones. Su sueño es hacer el bien, impartir justicia, expulsar el mal de la vida a golpe de espada, heroicamente. Nos reímos de sus desventuras, pero no podemos evitar sentir una creciente simpatía por sus bienintencionados excesos y su candor ante la mezquindad de cuantos le atacan. Hilarante antihéroe, es también “y por la misma razón” un hombre que merece ser amado”. Y Juan Antonio González Iglesias, en “Don Quijote en el horizonte clásico: monosílabos, cine y cordura”: “La belleza moral de Don Quijote reside en su intención de proteger a los desfavorecidos”. No parece de justicia que a alguien a quien se le pueda atribuir la virtud de la belleza moral pueda o deba ser calificado como loco. Aunque sea lo que habitualmente sucede con los idealistas y los defensores de a utopía. Así es nuestra sociedad y también era la de entonces.

Pero volviendo a la esencia de la obra maestra de Cervantes, y a su valor como texto que combina las desventuras del famoso hidalgo con una visión crítica de su contexto histórico, nos dice Juan Lamillar en “Al hilo de Maese Pedro”: “Se llega pues al punto central de toda la novela: la relación entre verdad y ficción, una relación que Cervantes sabe aderezar de mil maneras en sus numerosas páginas mediante el empleo de la ternura, de la ironía, el humor…”

Y en cuanto el valor de la utopía en Alonso Quijano nos comenta Juan Carlos Mestre en “Fracaso y sueño de Don Quijote”: “Volar, escribió Rafael Pérez Estrada, es el resultado de una intensa pasión nunca de su práctica, y la utopía de Don Quijote, el vuelo libre de su imaginación por los despoblados territorios de la ficción ideal de su época, la imposible realización de un sistema de valores vinculados a la mirada misericordiosa sobre la condición del otro, del raro, del diferente, del que distinto en los argumentos que sostienen su relación con la sociedad, han hecho de los discursos imaginarios un argumento vital para los proyectos del porvenir”. Y también: “Don Quijote, el héroe problemático de nuestra historia, el averiguador incierto que transita las zonas colindantes entre la patria íntima de la razón y las fronteras desconocidas de la locura, la locura del que exaltado por el ánimo discurre establecido como norma, y por ello, por desordenar la supuesta lógica del saber racional hace de su percepción aventura, lugar de paso por la casa inmóvil de los comportamientos, y riesgo del pensar la segura estancia de lo ya sabido. Don Quijote averigua la libertad de su fracaso con el sentido de la imaginación, se anticipa a su propio misterio fundando una realidad que invisible para los demás se convertirá en su única realidad, un paisaje interior donde sueños y personas, molinos y gigantes, son vibraciones de una causa tan real como la razón, la ironía del que opone imaginación al molde ilusorio de lo material como única parte perceptible y significativa del mundo (…) Ahí radica el emblema de su representación simbólica, el héroe fracasado, el ciudadano crepuscular y vencido, se convierte en protagonista de una subversión no prevista de la conducta…”.

Por su parte, Álvaro Salvador, en “Las relecturas borgianas del Quijote”, y refiriéndose al famoso pasaje de los galotes, nos dice: “Parece ser que en tiempos de Cervantes se leyó simplemente como una burla (…) No obstante, en el siglo XX toda una serie de críticos como Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Américo Castro, etc., consideran que con esta aventura el Quijote denuncia la inevitable imperfección de la justicia humana, mientras que otro grupo constituido por personalidades como Azorín, Ludovik Osterc, Francisco Olmos García, etc., atribuye a Cervantes y su obra una intención más directamente política, al considerar que el capítulo critica la justicia de los Austrias y de los encargados por ellos de administrarla”.

En cuanto al episodio de los molinos -según recreo de un texto de Emilio Menéndez Pérez, que también refiere el episodio de los galeotes, en su libro “Energías renovables, sustentabilidad y creación de empleo”-, tendría el siguiente trasfondo histórico: A primera mitad del siglo XVI el cereal se molía en la zona de la Mancha en pequeñas aceñas, que eran molinos harineros de agua. Pero éstos tenían frecuentes problemas en su funcionamiento a causa de la falta de caudal de muchos ríos durante las épocas de estiaje, por lo que el grano, en estas ocasiones, para su molienda debía ser llevado al río Júcar en Albacete. Para solventar este problema, pero también por otros motivos que hoy llamaríamos macroeconómicos (una de las tácticas más provechosas del liberalismo, que tiene gérmenes muy antiguos, es la desvinculación entre lo macro y lo microeconómico), se introducen desde Flandes, por impulso de la Corona, unos molinos de viento a eje hueco, con cuatro palas rígidas (como los que describe el pasaje de El Quijote) con una gran capacidad para moler cereal. Ese cambio, en principio es tremendamente positivo, pero no deja de tener su parte mala. Y es que las mejoras macroeconómicas, en muchas ocasiones se traducen en la desdicha de de los que se aferran a lo micro. Así los nuevos molineros de viento pasan a ser grandes gigantes de poder económico al concentrar el negocio de la molienda, con lo que los pequeños molineros se quedan algo así como en el puñetero paro. Así que Don Quijote, en realidad no es, si sabemos y queremos leer entre líneas, un loco que arremete a cuerpo gentil contra unos enormes ingenios mecánicos, sino un tipo, que podríamos considerar utópico y de izquierdas, que casi a pecho descubierto se enfrenta realmente a unos “gigantes”, a esos gigantes de poder económico. Don Quijote, aunque pueda no parecerlo, estaba viendo la realidad, que eran esos “gigantes”, en tanto que Sancho, tan cuerdo, no era capaz de ver lo que había más allá de ese disfraz de molino tras el que se enmascaraban los “gigantes”. Unos gigantes, esos nuevos molineros, que, a pesar de su poder, sólo pudieron vencer a Don Quijote gracias al “viento de la Corona” que soplaba a su favor. Más o menos como ocurre ahora, y es que el Quijote es una obra tan genial que ha trascendido y seguirá trascendiendo a su época.

NOTA: Salvo la cita relacionada con el episodio de los molinos de viento, que, como parece evidente, no es textual, los restantes artículos citados, y algunos más, aparecen recopilados en el libro “Impresiones sobre el Quijote. Lecturas andaluzas en su cuarto centenario”, editado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Un libro, sinceramente, más que recomendable.

ILUSTRACIÓN: Picasso: Don Quijote, 1955 (Museo de Arte e Historia de Saint Senis)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No imaginaba yo que hoy citaría curiosamente al Quijote en mi blog y que me acostaría sabiendo mucho más sobre él gracias a ti, :), un beso

Anónimo dijo...

Me leia el Quijote cada dos años; hace poco me lei el Apocrifo de Avellaneda (que bien le vino para nosotros al obligar a Cervantes lanzar la segunda parte y con genio inspirador). Sobre todo cuando hablo de el, siempre lo mismo, ES EL GRAN LIBRO DE HUMOR DE TODOS LOS TIEMPOS, HUMOR A RAUDALES, HUMOR PARA TODOS LOS PUBLICOS Y TODOS LOS TIEMPOS.
¿Para que mas?....¿se puede pedir mas?...
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Joder, tío, que pechá de leer ¡cohones!
UN ABRAZOTE