Ojiplático y paticolgante, escuchando de boca de nuestros más insignes políticos patrios, la breve y aberrante retahíla de actuaciones a acometer para revitalizar el mundo rural y hacer frente a su despoblamiento desbocado: fomento de la caza y wifi per tutti. Pero peor aun es tener que comulgar con la promesa —que es de esas que nuestros próceres suelen expresar con los dedos índice y corazón de la mano derecha cruzados a la espalda— de más y mejores infraestructuras de transporte para nuestros pueblos y aldeas. ¿Infraestructuras de transporte para qué? ¿Para viajar de las áreas hiperurbanizadas al desierto y viceversa? ¿Para facilitar la extracción de recursos de esa periferia vacía de carácter meramente colonial en la que las políticas de las últimas décadas, apoyadas en el aberrante mantra de la infalible capacidad reguladora de los mercados, han ido transformando el interior peninsular? ¿No sería más apropiado centrar las soluciones en un profundo cambio del modelo productivo de nuestras áreas rurales —inscrito en el del conjunto del territorio—, tendente hacia el aprovechamiento integral de sus recursos endógenos por parte de iniciativas de carácter local y comarcal estrechamente ligadas al terreno? ¿Y en políticas de ordenación del territorio dirigidas a favorecer el reequilibrio poblacional y territorial entre interior y litoral, unas políticas que pongan freno al crecimiento cancerígeno, a la saturación asfixiante que padece este segundo ámbito, y establezcan un tratamiento adecuado para luchar contra la anorexia inducida y ya terminal que amenaza con acabar con el primero? Porque, sin esta revolución en los modelos productivo y territorial, lo demás, aunque las alivie de su desamparo, casi sobra en el sentido de propiciar el mantenimiento de las poblaciones rurales de la España despoblada.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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