Lejos quedó el tiempo en que el barrio obrero de San Jerónimo, al norte de la capital, vivía de los trenes, como empalme de dos líneas importantes, y algo menos de cuando atrajo 18 empresas potentes como las de abonos (Cross) o las Industrias Subsidiarias de la Aviación (ISA). De su presencia queda la memoria histórica de famosas huelgas sindicales donde los afiliados a Comisiones Obreras y el PCE luchaban encarnizadamente por la libertad del país y unos salarios dignos.
Hoy solo queda la gran fábrica de Automóviles RENAULT, que emplea a cientos de obreros, pero no es suficiente para nuestros 17.000 habitantes. Aquí, nos congregamos abúlicamente un día más en la plaza de la U, decenas de albañiles, alicatadores, encofradores, fontaneros y pintores en paro, debido al pinchazo de la burbuja inmobiliaria.
Algunas de nuestras familias se alimentan en comedores sociales; Otras han sido desahuciadas de sus viviendas y se han ido a vivir a caravanas sin luz ni agua. Todo esto se nota en el barrio. Los puestos del mercado se están cerrando y los locales comerciales contiguos van quedando vacíos. Y también ha hecho que crezcan los robos, mientras no se hace realidad la ansiada comisaria y policía de barrio.
¡Y hay tanto qué arreglar en este barrio, que nos daría trabajo, a los de la construcción, para varios años¡: las 80 viviendas sin ascensor del San Jerónimo viejo; las aceras y calzadas de muchas calles; los mutilados bancos públicos de las plazas. Y además podríamos arreglar las escaleras del centro de salud, rehabilitar la vieja estación ferroviaria en perpetuo abandono y urbanizar una gran explanada vacía como nuevo centro deportivo.
Y si soñamos con la utopía de San Jerónimo vemos en sueños un nuevo complejo empresarial resucitar en las antiguas naves de RENFE; a la Estación como la parada de una línea circular metropolitana que confluya aquí con la proyectada línea 3 del Metro, y nuestro monasterio medieval y el monumental huevo de Colón (legado de la EXPO 92) como cremalleras de cierre de un recoleto paseo fluvial, como en los tiempos en que Bécquer visitaba la venta de los gatos.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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