Tener que repetir las elecciones, por más que ―como Goebbels― repita sin descanso lo contrario la caverna, no es ninguna tragedia. Porque repetir las elecciones, consultar al pueblo soberano tantas veces como sea necesario porque sus representantes políticos y a la par servidores no llegan a un acuerdo o porque hay asuntos que dilucidar de una trascendencia tal que sólo deberían hacerlo con su voto directamente los ciudadanos, es un mecanismo más de normalidad democrática.
Otra cosa bien distinta es que hoy día el pueblo carezca de soberanía porque los que deberían haber ejercido como sus representantes no han sido más que unos burdos sicarios de las mafias del totalitarismo financiero a las que han vendido a saldo esa patria, patrimonio del pueblo y de nadie más que el pueblo, con la que continuamente se les llena la boca. Otra cosa es que hoy día la democracia no sea más que un frío y gris decorado de cartón piedra sirviendo de cortina de humo al banquete caníbal que se cuece en la tramoya.
Pero tener que repetir las elecciones no es ninguna tragedia. Ni siquiera lo es si entramos a valorar los millones de euros de dinero público que habrá que gastar en el asunto. Porque el problema de nuestra falsa democracia no es de exceso de gasto, sino de falta de ingresos. Porque con un porcentaje ridículo de lo que nuestros grandes patriotas de boquilla escamotean delictivamente a la hacienda pública valiéndose para ello del mecanismo diabólico de los paraísos fiscales, habría para pagar no ya unas nuevas elecciones, sino también, vía referéndum, tantas consultas ciudadanas como fuesen necesarias sobre asuntos en los que, por su trascendencia, la última palabra nunca debería estar en manos de los políticos que se supone deben representarlo, sino en las del pueblo soberano. E igualmente, con un porcentaje ridículo de lo que pagan de menos gracias a unas leyes fiscales que, sin ética alguna, favorecen a los que más tienen y putean hasta la saciedad a los humildes.
No, tener que repetir las elecciones no es ninguna tragedia. Pero supongamos que lo fuese. ¿De quién la culpa de tan imperdonable pecado? “¡DE PODEMOS, DE PODEMOS, DE PODEMOS!” —repite con vehemencia la caverna y, con ella, los partidos al servicio de la Troika y el capital financiero internacional manchado de la sangre, el sudor y las lágrimas de los empobrecidos.
Pues no, la culpa, en primer término, es de los muchos millones de votantes que, insensibilizados después de décadas de metadona mediática, con una pinza en la nariz y el mojón en el culo, o porque les resultaba beneficioso, han seguido votando a esos partidos ―principalmente PSOE y PP— que no han dejado de traicionar al pueblo siempre que ha sido necesario para los intereses del imperio y que hace ya tiempo han demostrado estar podridos hasta la médula a causa de tantos y tantos corruptos entre sus cuadros dirigentes.
Y, en segundo término, del PSOE y su patológica bipolaridad ideológica. El PSOE, un partido que se dice de izquierdas y que lleva casi desde sus inicios haciendo políticas de derecha y que cuenta con referentes como Felipe González al que no querrían en ningún partido de la ultraderecha europea a causa de, por decirlo de un modo elegante, su conservadurismo a ultranza. El PSOE, tan de derechas que sin problema alguno se podría haber unido a su aliado natural, el Partido Popular, para formar gobierno. El PSOE, tan de boquilla de izquierdas, que, para no dar el cante, debería haber formado gobierno con Podemos, Izquierda Unida y etcétera. El PSOE. No Podemos. Por más que la caverna.
Pero, para concluir, repito: tener que repetir las elecciones no es ninguna tragedia. Pero si lo fuese, recuerden, a dios lo de dios y al César lo del César.
2 comentarios:
No es ninguna tragedia, todo parece más bien una tragicomedia en la que nadie -con sano juicio- aplaude a los payasos del esperpento político. Coincido al cien por cien en lo que has dicho, pero creo que Podemos no es más que la artillería macabra o pesada de una nueva, vieja casta (ojalá me equivoque).
De la política actual me quedo con su incontinencia verbal y pobreza de propuestas para el hombre de lacalle
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