martes, 22 de marzo de 2016

Bruselas, 22-M; daños colaterales


“Sueñan las pulgas con comprarse un perroy sueñan los nadies con salir de pobre”
Eduardo Galeano

El capitalista es un sistema criminal que se nutre, entre otros muchos centenares de millones de víctimas inocentes, de estas que hemos dado en denominar eufemísticamente “daños colaterales”. No, no me refiero, por ejemplo, a los niños que mueren a diario en el mundo subdesarrollado y en el no tan subdesarrollado como consecuencia del hambre o enfermedades evitables. Ni a los soldados norteamericanos que perecieron en la tan sanguinaria como demente guerra del Vietnam. Me refiero, no sin antes apuntar que todas y cada una de las vidas de los seres humanos que habitan este nauseabundo planeta debieran tener un valor idéntico, a los asesinados hace unas horas en el atentado de Bruselas. Y en el del 11-M en Madrid. Y a los de la sala Bataclan en París. Y a los de las Torres Gemelas en Nueva York. Víctimas inocentes todas de la avaricia de una horda de puercos mafiosos sin escrúpulos. De un sistema que fabrica armas y las distribuye a buen precio sin importar a quién ni para qué ni contra quién serán usadas. De un sistema dedicado al saqueo constante de los países productores de petróleo que osan sacar los pies del tiesto. Que adquiere petróleo barato de las mismas manos que, gracias a esta fuente de financiación, se mancharán más tarde de sangre perpetrando abominables masacres terroristas en cualquier lugar del mundo. También en el Oriente Medio. Que somete a la esclavitud a millones de personas en el Tercer mundo para engrosar las plusvalías de las transnacionales. Todo vale para el mantenimiento de este sistema asesino. Y en ese todo vale entran las víctimas de Bruselas. Víctimas previstas e integradas en las cuentas de resultados de las mafias del Imperio. Daños colaterales estos también evitables. Pero prima la avaricia. Víctimas del terrorismo global con el que opera el sistema. Víctimas que, una vez inmoladas en los altares negros de la codicia capitalista, pasan a formar parte de ese inmenso grupo humano que Eduardo Galeano con tanto acierto y tanta congoja denomino los “nadies”. Los “nadies”, los ningunos, los ninguneados, esos que para el sistema no cuestan lo que la bala o el trozo de metralla que los mata. Sí, todas las vidas deberían valer lo mismo –no tener precio. Pero ninguna tiene valor alguno para los adalides del sistema cuando es sacrificada para favorecer sus intereses. Por mucho que ahora vengan, con gesto compungido, a ofrecer condolencias.

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