La lumbre del sol invernal es acariciadoramente dulce al mediodía, tras un despertar húmedamente frío. Los cielos son alegremente azules y una suave brisa nos sacude el rostro en primavera. El olor del azahar en las calles anaranjadas nos llena de lujuria y sensualidad.
Los patios de las antiguas casas solariegas rezuman a la atardecida un embriagador perfume con su surtidor de agua y sus tiestos de damas de noche y sus enredaderas de jazmines como privilegiada escolta.
Y, sin embargo, muchos turistas de esta entontecida civilización óptica sólo se llevan el recuerdo de decenas de megafotos hechas delante de la Giralda y la Torre del Oro, aunque estén vistas hasta el aburrimiento en cualquier folleto, revista o reportaje televisivo.
(¢) Carlos Parejo Delgado
1 comentario:
Mas interesados en sus selfies que en sentir el lugar.....ellos se lo pierden !!
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