aquel tiempo en que, en todo
tiempo y lugar, tu imagen
-tú, ausente- aparecía
de la nada alumbrando
mis pasos errabundos
buscándote en las calles
que nunca habías hollado.
Era una sensación
-no sé cómo explicarlo-
de dicha y pena a un tiempo.
La dicha de saberte
en el mundo. Y la pena:
la sospecha de que a ese
mundo tuyo no había
ni habría nunca un camino
conectado a mi mundo.
Confieso que, a medida
que pasaban los años
y esa sospecha aciaga
crecía como un cáncer
hasta hacerse certeza,
el dolor alcanzó
a ser tan insufrible
que llegué a estar tentado
de arrancarme los ojos.
Y puede que lo hiciera.
Si no, cómo explicar
que ahora cuando, a veces,
la suerte me regala
la posibilidad
de tenerte un instante
a mi lado, no alcance,
aun mirándote, a verte.
-no sé cómo explicarlo-
de dicha y pena a un tiempo.
La dicha de saberte
en el mundo. Y la pena:
la sospecha de que a ese
mundo tuyo no había
ni habría nunca un camino
conectado a mi mundo.
Confieso que, a medida
que pasaban los años
y esa sospecha aciaga
crecía como un cáncer
hasta hacerse certeza,
el dolor alcanzó
a ser tan insufrible
que llegué a estar tentado
de arrancarme los ojos.
Y puede que lo hiciera.
Si no, cómo explicar
que ahora cuando, a veces,
la suerte me regala
la posibilidad
de tenerte un instante
a mi lado, no alcance,
aun mirándote, a verte.
1 comentario:
Entre el amor soñado y al amor vivido siempre hay un puente para el abismo que los separa
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