"¡Boto a Bríos!" -exclamó, díscolo, el ángel.
Pero Bríos, en su infinita omnisciencia, descubrió de inmediato el pastel y se puso en guardia a fin de evitar que pudiese hacerse realidad la muy remota posibilidad de ser botado por el insurrecto alado.
De nada sirvió al querubín argüir en su defensa su pésima ortografía. Bríos, inmisericorde, le arrancó las alas y lo botó a los infiernos.
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