lunes, 12 de marzo de 2007

Babel

Hambre, sed, calentamiento global, guerra, enfermedad… unos renovados y cada vez más sofisticados jinetes del Apocalipsis que cabalgan por el Mundo a su antojo sin que nada parezca poder ponerles freno. Pero al frente de todos se ha erigido el quinto jinete, el más sanguinario, el más indomable, el más insufrible, el único capaz de adentrarse hasta los territorios más íntimos de la conciencia: el jinete de la carencia. Casi todos, de un modo u otro, hemos sido pisoteados por los cascos de acero de su caballo de dolor y sangre, casi todos llevamos marcadas cicatrices y heridas aún abiertas e infectas producidas por sus herraduras de ciénaga y estiércol, casi todos buscamos sin saber cómo ni dónde el bálsamo que nos libere de su galope desbocado que nos empuja hacia el abismo, y todos y cada uno de esos casi todos sufrimos el golpe más grande que nunca jamás haya perpetrado ese jinete impío y sin rostro con su pavorosa espada templada de sombras. Yo lo sé bien, yo he sido atravesado por el rayo oscuro que sin luz relampaguea desde sus fauces y te roba la voz y la mirada sin tiempo, yo he sido sepultado bajo el mármol negro que va sembrando a cada paso como cizaña de azufre y fuego, yo he caído al fondo de la mazmorra donde se confunden mis gemidos con el estruendo del relinchar espantoso del verdugo más inmisericorde nunca conocido, yo ya sólo soy carencia vagando sin rumbo en las manos sin materia de una cabalgadura fantasma. Este jinete oscuro, de seguir cabalgando sin el freno del ladrido agonizante de los perros, puede terminar logrando lo que nunca pudieron los otros cuatro juntos, puede acabar con lo humano, con lo verdaderamente humano, con la empatía, con la misericordia, que es lo único importante que poseemos. Yo cada día me siento más piedra que se pierde gota a gota en el tormento, que se vuelve tormenta de arena sobre sí misma, que se pudre en el deseo de rodar y confundirse en el abismo, que imagina complacida su caída destinada a ser añicos de polvo y ceniza insensibles, yermo, desierto, muerte. Un gesto, sólo un gesto, bastaría para quebrar ese galope desbocado y sanguinario. No un gran gesto, no la acción que colmase de luz el pozo oscuro de los deseos insatisfechos, sólo un pequeño gesto que abriese una rendija de luz desde el cielo, unas miguitas de pan duro mostrando el camino a la superficie aun a riesgo de ser devoradas por los buitres, un cándido abrazo inesperado, un te quiero en lo imposible, un café con leche o una mirada sin miedo. Pero, en tanto tiempo tras las máscaras, hemos desaprendido el lenguaje sin voz de los mimos, la semántica inconmensurable de lo menudo, el valor de un instante de apego… Y el quinto jinete cabalga, tornando en crueldad glaciar la sangre ardiente de las lilas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Áquí el corrector: donde pone ...el único capaz de adentrase, debe poner ...
¡Digo yo!
En cuanto al contenido ... sin palabras. PAQUITA

Anónimo dijo...

Cuántos te quieros se ahogan en los labios.
Cúantas caricias no han rozado su piel.
Cuántos besos se saciaron en los sueños.
Cuántas veces, un gesto, una mirada, _ y no digo yá, una caricia, un beso_ hubiera calmado, mi sed.

Muy bueno, Rafa

Un abrazo líquido.

Anónimo dijo...

Gracias queridas amigas (Paquita, eres un hacha cazando gazapos, yo, que lo he escrito lo he tenido que leer varias veces para darme cuenta del fallo)

Abrazos.