viernes, 2 de noviembre de 2012

Pues eso


Jamás probé tus besos.
A pesar de mis versos
rogándote, poseso,
a tus labios acceso,

siempre pinchaba en hueso.
Y hoy me pregunto, obseso,
¿fue porque estaba obeso,
o, simplemente, tieso?
¿Me pensaste un avieso
donjuán? ¿Quizá un travieso
y vulgar tentetieso?
¿O un semental sin seso?
Mas por encima de eso,
a otro enigma, confieso,
me hallo, con embeleso,
atado, uncido, preso:
¿Tendrán sabor a queso?


Hace ya tiempo, en una tertulia literaria de provincias, oí a un poeta -uno de esos poetas locales que se piensa universalmente reconocido y que, de hecho, lo es por otros poetas locales “amigos” que asimismo se piensan universalmente reconocidos- decir al poeta novel que se había atrevido a subirse al entarimado para recitar sus versos ante aquellos poetas locales de corte provinciano que se pensaban universalmente reconocidos: “Tu poema está muy bien, me ha gustado mucho, pero la rima -era, creo recordar, la única y desolada rima en todo aquel largo poema- que hay entre los versos tercero y séptimo lo afea bastante”. Hoy, escribiendo este texto que en principio pensaba titular “Versos del ratoncito goloso” o, tal vez, “Versos del ratoncito amoroso” y que, finalmente, he titulado “Pues eso”, se me ha venido a la memoria aquella anécdota.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En que tanto se fijaba en la rima, poco tenía qué contar en su cerrado universo