El hombre diminuto de manos colosales como abismos ha ajustado a su rostro una máscara, un gélido bozal, asfixiante mordaza –exhala el sepulcro una luz sin aliento, fosforescencia a destajo herida de sombras. El bosque, fascinado ante tan sorprendente como inexistente metamorfosis, se enternece y, con la timidez y la inocencia de un niño en única y primera confesión, generoso y menstrual le abre paso. El hombre, que una vez quiso ser pájaro, se arrastra devastado por la precaria senda y se sueña alzando el vuelo de entre el légamo. Mas de la máscara sellando a sal y espanto el dolor ya no fluye. Y crece y se empreña y presiona el latido y se impone lastrando, desgarrando las alas, corrompiendo lo muerto.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
3 comentarios:
Nunca escribo, pero siempre te leo. Y es un placer.
Abrazos siempre
Gracias, Fanny.
Un abrazo.
Un placer este corto realto lleno d eun magico realismo...un abarzo
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