Juntas en la moneda
—oro y manos vacías—,
pero nunca revueltas,
de un lado cara —dura—
y del otro, sin nombres
propios —fría estadística—,
la Cruz de la miseria.
Las puertas giratorias
que llevan a los unos
—criminales de guante
blanco— al calor ocioso
de un despacho ganado
a base de traiciones,
suponen a los otros
—los nadie, los ningunos—,
el camino hacia un Gólgota
donde habrán de sufrir
una infame agonía
de postración y frío.
¡Padre, desde tus himnos
patrióticos, por qué
los has abandonado!
(¿Democracia? ¿Qué democracia?)
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