miércoles, 8 de mayo de 2019

El cuervo


¿Y qué me importa a mí que Poe
escribiese un poema sobre un jodido cuervo?
¿Acaso era este cuervo que acude camuflado
como un camaleón hasta mi pecho
con sus plumas tiznadas del color de la aurora?
¿Este cuervo al que temo
más que a un diablo y, a un tiempo,
espero como a un ángel?
¿Tiene que ver mi pérdida algo con la de Poe?
¿Acaso picoteaba
este cuervo que, ahora,
me roe las entrañas, las entrañas de Poe?
¿Acaso supo el poeta
de mi dolor? ¿Acaso
lo sintió unos instantes? ¿Supo lo que yo siento
cuando el cuervo, este cuervo,
que es único y de todos,
se sacia devorándome
sexo, lengua, muñones,
los globos oculares?
¿Supo de mi ceguera?
¿De mi inmovilidad?
¿Del deseo y la afasia?
—no soy yo este que os habla,
me suplantó un fantasma.
Y vosotros, tan críticos
con la repetición:
¿Qué puñetas sabéis
de cuervos? ¿Conocéis
una mínima parte
de sus razas —ya más
de siete mil millones?
¿Acaso habéis oído
de mi boca castrada
un remedo del nombre
de la bella Leonora?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . Never more.

1 comentario:

Carlos dijo...

Si Poe levantara la cabeza diría. Este es o no de mi tribu de marginados