Acuciada por las necesidades familiares, siendo adolescente me vi obligada a trabajar en la calle. Era una de las más de cinco mil prostitutas de Babilonia. Se me identificaba por el tatuaje grabado por encima de las rodillas y la túnica corta, con un pecho descubierto. Guiada por mi intuición busque clientes entre los escribas, a los que cobraba con clases gratuitas para aprender a escribir. Primero con el punzón sobre las tablillas de ladrillo forradas de una capa de cera. Más tarde con tinta sobre papiros traídos de Egipto. También me enseñaron el lenguaje de signos y varios idiomas (arameo, árabe y griego), tan necesarios para conversar con los caravaneros que cruzaban las rutas entre África, Europa y Asia. Las mujeres vestían según reglas rígidas e inmutables. Las niñas lucían túnicas malvas, que cambiaban por las de color verde oliva cuando dejaban de ser vírgenes, y por las amarillas cuando parían. A los treinta o treinta y cinco años muchas eran expulsadas de sus casas, consideradas ya ajadas y viejas, y mendigaban, ataviadas con sacos de parda saya.
Cuando más negro veía mi futuro, el Emperador se fijó en mí. Decían algunos altos dignatarios de la Corte que mis abultados pechos y nalgas eran presagio de noches apasionadas y fecundos y fáciles partos que le asegurarían abundantes herederos. Otros opinaban que lo había cautivado con mi baile sensual de la danza del vientre y los sonidos suaves y armoniosos de mi lira, que tan bien tocaba. Y los más osados que lo había hechizado a través de los amuletos que colgaban de mi cuello. El de la Diosa del Amor, Isthar, la de la estrella de ocho puntas. El de la tigresa india y el de la mujer de pechos rebosantes de leche. Y es que, en una época tan convulsa, llena de pestes y enfermedades, de guerras y muertes prematuras, la vida cotidiana y el destino de los poderosos estaba en manos de los sacrificios propiciatorios de los sacerdotes y los presagios favorables de los adivinos y astrólogos de Palacio.
(¢) Carlos Parejo Delgado
1 comentario:
Las furcias son lo mejor de todas las épocas, y no lo digo con menosprecio...
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