Fuimos a dar a aquella aldea, huyendo de los perros –vestían uniforme verde oliva y, en sus garras, portaban grilletes y fusiles. Fue luego de la huelga, con la persecución de los braceros.
En la aldea, la noche caía bruscamente, y nadie conocía la palabra crepúsculo. Los niños nunca hablábamos con nadie del alba ni el ocaso; nos lo habían prohibido los abuelos. Tampoco mencionábamos la huelga.
Con nosotros vivía el tío Roque. Y, cada noche, nos contaba historias espantosas. Historias de alambradas y jaurías, de intolerancia y muerte. “Son sólo cuentos” –nos decía, luego, para calmarnos. “Aunque no está de más que estemos prevenidos; por si las moscas, niños, por si las moscas.”
El tío Roque había sido un destacado líder campesino. Cuando no tenía barba y era rubio. Y se llamaba Pablo. Y una noche sin luna –recuerdo que ladraban los perros como diablos-, nos desapareció.
1 comentario:
De nuevo en tu kafkiano y trágico Macondo onubense. Misterio y terror en un ambiente onírico
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