Allá por el novecientos los tenderos y negociantes sevillanos decoraban sus locales con bellos y coloristas azulejos salidos de los talleres de casi medio centenar de fábricas cerámicas trianeras. Además, sus preciosos diseños y dibujos daban trabajo a los artistas locales. Con ello, no solo se anunciaban sino que embellecían sus calles y la ciudad en su conjunto.
Con el desarrollismo de los años sesenta los pujantes profesionales liberales (abogados, notarios, médicos,…) pusieron de moda colocar placas de metal (doradas, bronceadas y plateadas) en los portales de sus viviendas. Y en la transición al siglo veintiuno casi toda la ciudad antigua se vio invadida por el plástico de los metacrilatos y los anuncios luminosos.
De manera que las calles principales y más transitadas se vistieron de una moderna costra de anuncios de todo tipo que enmascara a los ojos de los viandantes su magnífica arquitectura, que queda ahora como telón de fondo. Y si no, intérnese por un callejón estrecho y retorcido, vedado al automóvil, y prepárese a descubrir la piel auténtica de la ciudad, la de su arquitectura de piedra y ladrillo, o la bella plasticidad de las paredes encaladas o pintadas con los colores rojo almagra y albero.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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