Se sorprendió un día ante el espejo con la misma redonda cintura que su padre cuando era viejo.
En vista de su contundente calvicie, se dedicó a peinar recuerdos.
Le preocupaba tanto su imagen que siempre llevaba un potente maquillaje para que la vieran, al menos de lejos, como una adulta eterna, y no como la anciana que era.
Se quejaba de que el tiempo lo desgastaba sigilosa e irreversiblemente, como las aguas del río a las duras piedras de su lecho. Odiaba la hora diaria de su paseo cardiovascular. Tenía un cansancio permanente que no sabía cuando empezó a quedarse entre sus huesos.
A sus ochenta recuperó totalmente su parte niña. Sólo quería bromear, jugar y acariciar; en definitiva, emocionarse con cualquier nadería.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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