Divertirse era igual a transformarse en vándalo cuando impulsado por el combustible alcohol salía las noches de fin de semana o celebraba la victoria del equipo de sus amores.
Supo que se había convertido en adolescente porque sentía nostalgia de aquellos días en que estuvo en las nuevas redes sociales y chateó por primera vez con las amigas en aquel cibercafé. Lo que nunca echó de menos fue un campillo donde hacer gamberradas ni un prado donde pasear como le pasó a su padre. Su barrio era todo asfalto y bloques de pisos.
Apenas cumplió los veinte años cesó el remolino de pasiones en que se había desenvuelto su adolescencia con media docena de novias.
Aquella jovencita alcanzó la mayoría de edad pero todavía la trataban como a una niña. Y es que era de lágrima fácil, que se desbordaba natural ante cualquier intensa emoción.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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