Un puritano
frente al mar
avergonzado pregunta
si somos el cielo
del tiburón
Juan Glez
luego al ocaso se alza
de un brinco y se encamina
a su fervor antiguo
dejándose enredadas en la arena
las llagas las rendijas
que ahora ya cicatrices
y ombligo conectaron
a la luz un instante
las penumbras silíceas
de su escualo-caverna
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