La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
domingo, 8 de septiembre de 2019
2325
Año 2325,
en pleno cataclismo.
"¡Arrepentíos, pecadores!",
gritaba a todas horas con vehemencia
un licenciado en meteorología,
líder mundial de aquellos
que habían advertido del mal rollo
que traería, amén
del tabaco, la quema
de combustibles fósiles.
Nadie le había prestado, años atrás,
crédito alguno a aquel
Homo sapiens del tiempo.
"Es imbécil", decían.
Ahora que el cataclismo
había comenzado,
la cosa era distinta. El populacho
buscaba a quien pudiera
aportar soluciones.
Pero el hombre del tiempo
tan sólo respondía
"Habéis llegado tarde",
y se fumaba cuatro,
incluso a veces cinco
petardos bien cargados,
tratando de olvidar por un instante,
que el mundo transitaba,
sin marcha atrás ni frenos
ni tampoco "perrito
que le ladre", camino del carajo
—los perros se extinguieron
en el año 2315;
un suicidio perruno
masivo del que nadie
supo hallar los motivos.
Ante tal tesitura,
el pueblo comenzó
a buscar soluciones en el cielo,
un cielo enrojecido
del que caían pelotas
de uranio, azufre y fuego
del tamaño del huevo
de un tío con orquitis.
Y ocurrió: un General
de la Armada, del cual
se afirmaba que nunca
en su marcial carrera
había defecado
ni hecho pis, consiguió,
a base de mentiras
y algún que otro mamporro,
hacerse con el mando.
"Yo soy, con dos cojones,
el hijastro de Dios
que he venido a salvaros",
les dijo y lo siguieron
como antaño, según
atávicas leyendas,
las ratas al flautista
de Hamelín. Con el tiempo
observó el populacho
comportamientos raros
en su líder divino.
Pero su fe era ciega.
De modo que, en lugar
de apostar por la duda
metódica, los fieles
orando repetían:
"Al lavabo va Dios;
al lavabo nuestro Señor".
Y al fin la fe del pueblo
se fue a tomar por donde
amargan los pepinos
cuando el Dios General
apareció en urgencias
con una diarrea
de potro desbocado
y una infección de orina
que lo había condenado
a miccionar aun menos
que el río Colorado.
"Salvad al meteorólogo",
gritaba el populacho.
De nada le sirvió;
el nuevo gabinete
vaticano de crisis
lo clavó en una cruz
a la diestra del hijo-
puta del General
en el monte Cal-Bario.
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