martes, 25 de junio de 2013

Las copas de la ira

Suplica a dios el Hombre, anclado al suelo,
dos alas que detengan, tras la herida
letal de la última hora, su caída
sin fondo, para unirse a él en el cielo.

Suplica en tanto se hunde, y ese vuelo
que ansía, vida eterna tras la vida
precaria terrenal, da la medida
exacta de su más estulto anhelo.

Que no es el cielo más que un infinito
yermo donde agoniza, pasajera,
la luz de las estrellas; y la espera

de un dios morada eterna, escudo -un mito-
inútil contra el miedo hondo y demente
de un Ser que es sólo un fútil accidente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si solo somos un "futil accidente" y la religión no nos vincula a una vida eterna y más justa, intentémosla en la tierra

ralero dijo...

Esa es la idea, sí.