Quillo, ¿habéis visto la encuesta?,
entró periódico en mano
en un tasco sevillano
de una barriada modesta
feliz, exhultante, ufano,
engallado hasta la cresta,
gritando desde la puerta
un payo medio gitano.
Ante actitud tan contenta,
disfrutando cual enano
el eufórico fulano,
alguno hay que contesta
que cuente, que vaya al grano,
y que qué voces son éstas,
que los vecinos protestan
si gritamos tan temprano,
que es la hora de la siesta.
Y piensan los parroquianos
que por fin ya su paisano
va a poder llenar la cesta
tras seis años en el paro,
y que es la EPA la encuesta,
la de población activa.
Que un alma caritativa
le habrá hecho una propuesta
de eso que ahora es tan raro
de hacer un chapú sin IVA,
de una paguilla modesta
o, pasando por el aro
y por llenar la barriga,
aceptarle a algún avaro
trabajar como un esclavo,
recibir sólo las migas.
O es eso, o la Primitiva.
“¿Qué dise, mi arma, d’encuesta?”,
le escucharon por respuesta.
“Tan en cuesta… ¡cuesta arriba!,
que en mi casa no entra un chavo,
mas pasamos las fatigas
en dándole al cuerpo fiesta.
Que no es la encuesta del paro,
que yo la que digo es ésta,
donde se dice bien claro
-será que no sale caro-
que del mundo, los sevillanos
somos los que más follamos.
Bueno, después de los rusos
que lo hacen hasta el abuso.
Segundo están los cubanos
en esto de darle uso
con “ange” y arte al habano.
Terceros son los romanos;
pero yo pienso que incluso
en la lista son intrusos.
Y ”aluego”, los sevillanos”.
“No será por ti, Manué…”,
respondiole chusco aquél
con el que tuvo un mal día
la idea de desahogar con él
las cuitas de su María.
Parece que al parecer
igual que le pasa a usté,
lo que a Manuel le dolía
era ver con qué apatía
va a la cama su María
como quien cumple un deber.
Y ponerse, se ponía.
Pero iba sin alegría,
como haciendo por hacer,
porque haciéndolo, decía,
el mismo placer sentía
que quien se toma un café.
Ni pensar en picardías,
ni rezos al Gran Poder
(que, cuidao, empieza por “P”),
a ella nada la ponía
y que no es que fuera fría,
es que era un iceberg.
“Ay, que desgracia la mía,
ay que penita, Manué”,
vino ella a decirle un día,
“tú verás que esto va a ser
que no tengo punto G”.
Y los dos en compañía
al doctor fueron a ver
por ver si les descubría
el botón de la alegría,
el puntito del placer.
La buena María en pelotas,
el médico que la explora
visual por tópica vía,
mirando con sus gafotas.
“Permitánme que me ría;
no es una patología,
y es que puestos a no ser,
no es ni ginecología.
Cuestión es de ortografía,
cosa del ministro Wert”,
les dice mientras anota.
“Que la exploración denota
que su señora de usté
lo que es el punto G
lo tiene escrito con jota”*
Nada de parches ni gotas,
ni esencia de bergamota,
y cual si fuera un papel,
con una goma la frota,
la retoca con pincel.
Luego de nuevo la explora,
“¿y ahora, señora, lo nota?”
Y va su María y explota
en un ¡aaayyy! de cascabel.
…
“Con que ya sabes, idiota”,
metiéndole está Manuel
al bocazas en la boca
el periódico y la encuesta,
“que la cosa es al revés,
que si Sevilla esta puesta
en la UEFA del joder
lo tenéis que agradecer
a este semental de gesta.
Y ahora ponme una cerveza,
me la apuntas, me la fías,
te la debo, me la anotas,
que me voy con mi María
a poneros en cabeza
y a ponerme yo las botas”.
Texto e ilustración: Agustín Casado
*(Acreditar que el chiste del Punto G es de “Los Alegres Divorciados”, chirigota de Cádiz)