Bajo el placebo inútil de los signos acústicos que se ahogan en sí mismos, se oculta el estertor de lo innombrable. El que murió de sed sigue aguardando la luz crepuscular que alumbre el vientre de un aquelarre de hechiceras áureas. Pero el estruendo es hondo; tan hondo como el límite intangible y estéril que abre paso a lo eterno. No hay conjuro posible que dé sentido al cántico. Y una bestia con alas de serpiente y escamas de mandrágora se alza desde el abismo y se corona infausto soberano del caos y el silencio.
Fotografía: Michel Perez
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