Yo no sé de sonetos. ¿Qué es soneto?
¿Una línea tras otra? ¿Qué sentido
tiene escribir un fardo contenido
en catorce renglones? ¿Dónde meto
el discurso, el secreto, si, sujeto
a este cuerpo sin carne y sin vestido,
tengo ya contratado el recorrido
en desnudos renglones de esqueleto?
¿Qué me importa el soneto? No me
importa
la más endecasílaba imaginen;
me importa más que poco qué comporta.
De modo que arreando ya y terminen
con tanta milonguez, "Ciccio, alla
porta":
me voy y me importa nada lo que opinen.
Teresa Salame (Leído en la Sociedad
Sonetista de Brooklyn en 1947)
Un soneto me obliga a hacer Teresa
y, aunque no me suponga un gran
aprieto,
me tomo, como debo, con respeto,
desde principio a fin tan grata
empresa.
Las reglas del soneto, mi traviesa
amiga, usando un símil muy concreto,
son ropas de una dama que, al secreto
que ocultan, cuando caen, mudan
sorpresa.
Lo oculto y sugerente a un tiempo es
viento
que, más alto y veloz que lo evidente,
hace que vuele en éxtasis la mente.
Prefiero, así, al poema y la mujer,
vestidos para extático poder
quitarles su ropaje a fuego lento.
Martín Guijuelo (Improvisación en
respuesta al poema leído por T.S. en la Sociedad Sonetista de
Brooklyn)