NO ES NADA FÁCIL, por no decir que es imposible, resumir en un texto que se lee en sólo unos minutos los asuntos de relevancia acaecidos durante todo un año. Es preciso acudir a símbolos, ejemplos, lemas, generalizaciones, jerarquías. Pero la vida es caos. Y caótico y sesgado, amén de visceral y sentido, va a ser este ejercicio de remembranza. Para un resumen al uso ya están los medios de siempre, los de difusión masiva interesada.
Si hubiese que elegir un término, uno sólo, para definir este año que termina, éste sería Obama. Por primera vez un hombre de color –negro, que dirían Les Luthiers- es elegido por el pueblo norteamericano para regir el Mundo desde su morada en la Casa Blanca. Un negro en la Casa Blanca, ¡menudo contraste!
Y, recién creado, este nuevo Mesías hizo promesas nuevas, promesas que hicieron que el negro desplazase al verde como símbolo de esperanza, promesas blancas como palomas. Y tan sincero llegó a parecer que le concedieron el Nobel de la Paz. Pero el hombre negro, al igual que los muchos hombres blancos que antes que él habían ocupado el despacho oval, terminó por no cumplir sus promesas, viniendo a demostrar que en lo relativo a la verdad, al igual que para la mentira, el color de la piel carece de relevancia y que en este mundo tan desesperanzado no es difícil precipitarse a la hora de colocar a cualquier advenedizo sin escrúpulos en los altares. Y los prisioneros de guerra, los secuestrados, de Guantánamo no fueron liberados, ni las tropas imperialistas de ocupación retiradas de Irak o Afganistán, ni fue reducido el gasto militar, ni relajado el criminal bloqueo contra el pueblo cubano.
El año también comenzó como queriendo demostrarnos que la Historia se repite y como, en ocasiones, las antiguas víctimas pueden terminar por ser los más sanguinarios de los verdugos: Palestina, esa ignominia. Y una lluvia de bombas como plaga bíblica dejó caer su aguacero de muerte sobre niños y mujeres, sobre el pueblo indefenso. Después, para no empañar la llegada de Obama a su nueva morada –Obama, siempre Obama-, las bombas cesaron, pero no lo hizo el apartheid, ni el holocausto de baja intensidad, y Gaza y Cisjordania siguieron siendo el más grande campo de concentración hoy en el mundo.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud, organismo dedicado especialmente a favorecer los intereses comerciales de la gran industria farmacéutica, anunció una temible pandemia –la gripe, primero porcina, y luego “A”- que iba, en principio, a diezmar a la población mundial y que finalmente, como ya ha ocurrido con otras alarmas similares, no tuvo efectos mucho más allá de los que produce un simple catarro. Y fuimos aleccionados desde el modo más adecuado en que debíamos estornudar hasta como ejercitar ese difícil arte de lavarnos las manos. Esto último, sin lugar a dudas, ha debido ser muy celebrado entre los 1200 millones de seres humanos que carecen de abastecimiento de agua doméstica en el mundo y de unas mínimas condiciones de higiene.
Hubo muchas cosas que no cambiaron respecto al año precedente y que tampoco lo harán durante el que se avecina: las guerras olvidadas, la tortura, los niños de la guerra, la pena de muerte, el comercio de armas y personas, un niño muriendo de hambre, malaria, sed o destrozado por la espantosa explosión de una mina anti-persona a cada pocos segundos en cualquier lugar del mundo.
En España, una crisis que hasta unos pocos meses antes había sido negada por activa y por pasiva por la clase política dirigente y de la que ya se afirma con grandes dosis de cinismo que va de paso, se mostró en toda su crudeza. Y más personas de lo que venía siendo habitual se vieron y siguen viendo engrosando las colas del paro, desahuciados, durmiendo a la intemperie, rebuscando cualquier cosa a la que agarrarse para subsistir entre la basura. La burbuja inmobiliaria terminó por desinflarse y vino a poner en evidencia la falta de ética con la que durante largo tiempo había venido actuando tanto la gran banca como la clase política en temas urbanísticos y llevando a la ruina a un buen número de ciudadanos que habían creído en el falso milagro de esa quimera que algunos dieron en llamar ya hace algún tiempo capitalismo popular. El presidente del Gobierno, como queriendo confirmar el famoso dicho que, conteniendo su apellido, reza “Zapatero a tus zapatos”, vino a postrase de rodillas para limpiar la mierda adherida a las pesadas botas del capital, regalando cifras millonarias, salidas de los cada vez más paupérrimos bolsillos de los españolitos de a pie, a la banca y a los mismos especuladores –Plan E, mediante- que habían venido fraguando la ruina en la que ahora estamos sumidos. Rajoy, entretanto, loco por ocupar el lugar de Zapatero para así poder dedicarse al noble oficio de remendar suelas. Tampoco este año se acabo con ETA, pero sí con muchas posibilidades de diálogo, de negociación, con muchas libertades. No se prohibió la sanguinaria y criminal “fiesta” contra los toros. El rey volvió a adormecer a los pocos que le prestaron atención con un soporífero y muy interesado discurso en Nochebuena. Raphael volvió a nuestras casas por Navidad.
Aminetu Haidar, desterrada por la dictadura marroquí y secuestrada por la dictablanda española, con su gesto, con su gesta, conmocionó al mundo y nos dio un ejemplo de lucha por las libertades. Finalmente, no por motivaciones humanitarias sino para evitar el riesgo que siempre supone un mártir, se la permitió regresar con los suyos. Pero el saharahui, al igual que el palestino, sigue siendo un pueblo sin derechos y sin patria.
Murieron Idea Vilariño, Victoriano Crémer, Benedetti y Muñoz Rojas. A Herta Müller le fue concedido el Nobel de Literatura.
En Copenhague volvimos a asistir a la ceremonia de la confusión orquestada por los grandes, delirantes y muy hipócritas líderes del Mundo –Obama al frente; Obama, siempre Obama- en torno a un cambio climático al que, secuestrados como están por intereses económicos espurios, no están dispuestos a poner freno. Y unos cuantos locos altruistas que fueron allí a tratar de poner un poco de cordura terminarán este año que se acaba y comenzarán el próximo con sus huesos en una cárcel danesa.
El Barcelona, por su parte, ganó un sin fin de títulos en España y en el Mundo, y las selecciones de fútbol y baloncesto llegaron a lo más alto del podio en Europa. Nadal fue número uno. Pero las pistas polideportivas de mi barrio siguieron abandonadas de la mano de las administraciones sin ningún tipo de recurso humano ni económico para su buen uso y mantenimiento.
No obstante, si atendemos como es debido a los índices de audiencia, quizá todo lo anterior carezca de importancia frente al que va a ser, sin duda, el hecho más significativo de todo el año: una remozada Belén Esteban cantando las 12 campanadas que enterrarán este 2009 tan nefasto, para abrir paso, Obama mediante, a todo un año nuevo de nuevas y, probablemente, falsas esperanzas.
Si hubiese que elegir un término, uno sólo, para definir este año que termina, éste sería Obama. Por primera vez un hombre de color –negro, que dirían Les Luthiers- es elegido por el pueblo norteamericano para regir el Mundo desde su morada en la Casa Blanca. Un negro en la Casa Blanca, ¡menudo contraste!
Y, recién creado, este nuevo Mesías hizo promesas nuevas, promesas que hicieron que el negro desplazase al verde como símbolo de esperanza, promesas blancas como palomas. Y tan sincero llegó a parecer que le concedieron el Nobel de la Paz. Pero el hombre negro, al igual que los muchos hombres blancos que antes que él habían ocupado el despacho oval, terminó por no cumplir sus promesas, viniendo a demostrar que en lo relativo a la verdad, al igual que para la mentira, el color de la piel carece de relevancia y que en este mundo tan desesperanzado no es difícil precipitarse a la hora de colocar a cualquier advenedizo sin escrúpulos en los altares. Y los prisioneros de guerra, los secuestrados, de Guantánamo no fueron liberados, ni las tropas imperialistas de ocupación retiradas de Irak o Afganistán, ni fue reducido el gasto militar, ni relajado el criminal bloqueo contra el pueblo cubano.
El año también comenzó como queriendo demostrarnos que la Historia se repite y como, en ocasiones, las antiguas víctimas pueden terminar por ser los más sanguinarios de los verdugos: Palestina, esa ignominia. Y una lluvia de bombas como plaga bíblica dejó caer su aguacero de muerte sobre niños y mujeres, sobre el pueblo indefenso. Después, para no empañar la llegada de Obama a su nueva morada –Obama, siempre Obama-, las bombas cesaron, pero no lo hizo el apartheid, ni el holocausto de baja intensidad, y Gaza y Cisjordania siguieron siendo el más grande campo de concentración hoy en el mundo.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud, organismo dedicado especialmente a favorecer los intereses comerciales de la gran industria farmacéutica, anunció una temible pandemia –la gripe, primero porcina, y luego “A”- que iba, en principio, a diezmar a la población mundial y que finalmente, como ya ha ocurrido con otras alarmas similares, no tuvo efectos mucho más allá de los que produce un simple catarro. Y fuimos aleccionados desde el modo más adecuado en que debíamos estornudar hasta como ejercitar ese difícil arte de lavarnos las manos. Esto último, sin lugar a dudas, ha debido ser muy celebrado entre los 1200 millones de seres humanos que carecen de abastecimiento de agua doméstica en el mundo y de unas mínimas condiciones de higiene.
Hubo muchas cosas que no cambiaron respecto al año precedente y que tampoco lo harán durante el que se avecina: las guerras olvidadas, la tortura, los niños de la guerra, la pena de muerte, el comercio de armas y personas, un niño muriendo de hambre, malaria, sed o destrozado por la espantosa explosión de una mina anti-persona a cada pocos segundos en cualquier lugar del mundo.
En España, una crisis que hasta unos pocos meses antes había sido negada por activa y por pasiva por la clase política dirigente y de la que ya se afirma con grandes dosis de cinismo que va de paso, se mostró en toda su crudeza. Y más personas de lo que venía siendo habitual se vieron y siguen viendo engrosando las colas del paro, desahuciados, durmiendo a la intemperie, rebuscando cualquier cosa a la que agarrarse para subsistir entre la basura. La burbuja inmobiliaria terminó por desinflarse y vino a poner en evidencia la falta de ética con la que durante largo tiempo había venido actuando tanto la gran banca como la clase política en temas urbanísticos y llevando a la ruina a un buen número de ciudadanos que habían creído en el falso milagro de esa quimera que algunos dieron en llamar ya hace algún tiempo capitalismo popular. El presidente del Gobierno, como queriendo confirmar el famoso dicho que, conteniendo su apellido, reza “Zapatero a tus zapatos”, vino a postrase de rodillas para limpiar la mierda adherida a las pesadas botas del capital, regalando cifras millonarias, salidas de los cada vez más paupérrimos bolsillos de los españolitos de a pie, a la banca y a los mismos especuladores –Plan E, mediante- que habían venido fraguando la ruina en la que ahora estamos sumidos. Rajoy, entretanto, loco por ocupar el lugar de Zapatero para así poder dedicarse al noble oficio de remendar suelas. Tampoco este año se acabo con ETA, pero sí con muchas posibilidades de diálogo, de negociación, con muchas libertades. No se prohibió la sanguinaria y criminal “fiesta” contra los toros. El rey volvió a adormecer a los pocos que le prestaron atención con un soporífero y muy interesado discurso en Nochebuena. Raphael volvió a nuestras casas por Navidad.
Aminetu Haidar, desterrada por la dictadura marroquí y secuestrada por la dictablanda española, con su gesto, con su gesta, conmocionó al mundo y nos dio un ejemplo de lucha por las libertades. Finalmente, no por motivaciones humanitarias sino para evitar el riesgo que siempre supone un mártir, se la permitió regresar con los suyos. Pero el saharahui, al igual que el palestino, sigue siendo un pueblo sin derechos y sin patria.
Murieron Idea Vilariño, Victoriano Crémer, Benedetti y Muñoz Rojas. A Herta Müller le fue concedido el Nobel de Literatura.
En Copenhague volvimos a asistir a la ceremonia de la confusión orquestada por los grandes, delirantes y muy hipócritas líderes del Mundo –Obama al frente; Obama, siempre Obama- en torno a un cambio climático al que, secuestrados como están por intereses económicos espurios, no están dispuestos a poner freno. Y unos cuantos locos altruistas que fueron allí a tratar de poner un poco de cordura terminarán este año que se acaba y comenzarán el próximo con sus huesos en una cárcel danesa.
El Barcelona, por su parte, ganó un sin fin de títulos en España y en el Mundo, y las selecciones de fútbol y baloncesto llegaron a lo más alto del podio en Europa. Nadal fue número uno. Pero las pistas polideportivas de mi barrio siguieron abandonadas de la mano de las administraciones sin ningún tipo de recurso humano ni económico para su buen uso y mantenimiento.
No obstante, si atendemos como es debido a los índices de audiencia, quizá todo lo anterior carezca de importancia frente al que va a ser, sin duda, el hecho más significativo de todo el año: una remozada Belén Esteban cantando las 12 campanadas que enterrarán este 2009 tan nefasto, para abrir paso, Obama mediante, a todo un año nuevo de nuevas y, probablemente, falsas esperanzas.