martes, 18 de septiembre de 2007

Sol menguante

Cuando irrumpió la sombra,
Sobre la faz del mundo, de improviso,
Un corazón de pájaro, fugaz,
Se desaguó sollozando de espanto.

No esperaba la noche tan temprano,
El vuelo de su fuego sin motivos,
Y, remordiendo el barro,
Como garganta rota,
Confundiose de ocaso, desquiciado.

Más tarde, en la penumbra,
Chorreando despojos y coágulos,
Se hizo charco de sangre moribunda
Entre la alta cizaña,
Sobre el más hondo páramo.

Y al fin, cuando, en su cénit,
Renaciera, cual Fénix, la galaxia,
Sólo quedaban
Yermos,
Mudo canto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Está lleno el poema de una mezcla de dulzura, de tristeza y de sensibilidad. Precioso, Rafa.

Anónimo dijo...

Gracias malena. Y sí, hay tristezas dulces. Son las peores pues es más difícil deshacerse de ellas que de las que son ácidas o amargas.

Un beso.