La SGAE ha decidido exigir 9.000 euros a la revista Quimera, al interpretar, interesada, pacata y torticeramente, que un artículo publicado en sus páginas les inflinge "daños contra el honor".
Fuente: Rebelión
La horda de los gestores
En realidad va a parecer que no hablo de literatura, pero sí lo estaré haciendo. Si en este país la piratería prácticamente no afecta al mundo de la literatura, es sólo por motivos circunstanciales, prácticos. Haciendo uso de los medios a nuestra disposición, y obviando la posibilidad de leer en pantalla, en términos económicos hoy en día sale casi por lo mismo fotocopiar un libro que comprarlo. De ahí la narcótica sensación de oasis del noble arte de la escritura, aparentemente a salvo de estos desaprensivos malversadores: los piratas. Pero eso en realidad poco importa, porque la extorsión no tiene a un arte por objeto sino al ciudadano, al lector, al consumidor de productos culturales, y éste (como imagino que es su caso, lector disciplinado) unas veces lee libros y otras ve películas o escucha música. Por eso creo que es importante que usted lo sepa: los piratas existen, están ahí fuera, son malos y nos acechan. Su propósito es acabar con el arte, convertirlo en mercancía y traficar con ella. Le daré algunas pistas para que, en caso de toparse con uno de ellos, pueda usted identificarlo y actuar en consecuencia.
Un confuso vínculo une al pirata con el mundo del arte. Si hoy se dedica a chulearlo y chuparle la sangre en nombre de la gestión y la propiedad intelectual, en otros tiempos lo practicó, normalmente con escasa suerte y altas cotas de mediocridad. Luis Cobos o Pau Donés (que sigue en activo, en serio…) serían ejemplos obvios, pero hay otros ex artistas que sí gozaron alguna vez del favor de las musas (no hay más que recordar la preciosa canción que, en su debut, Víctor Manuel le dedicara a Francisco Franco. Lo cierto es que suelen iniciarse en la piratería cuando se les acaban las ideas, o más bien las ganas de trabajar para tratar de tenerlas).
Sus métodos pueden despistarnos, pues no andan por la vida en barco, ni tienen el valor que requiere empuñar una espada. Han abandonado el ron, en favor del CD-Rom, y la bandera de la calavera por otras más discretas y actuales con las siglas de su banda: SGAE, VEGAP, etc.
Han ampliado su radio de acción, colonizando los mecanismos que en otros tiempos ampararon a una especie hermana: los corsarios. En virtud de esta reestructuración jurídica, y gracias a un juego de sobornos estándar, cuentan con el apoyo de las instituciones y sus representantes (muy próximos a ellos en capacidad intelectual y gusto estético), y en una evolución próxima a la de la mafia clásica, ejecutan un poder parademocrático que suele tener la forma de impuestos y normalmente recibe el nombre de canon.
Como los piratas de verdad en su momento, como el telar manual tras la aparición del mecánico, o como la comunicación mediante tambores después de inventarse el teléfono, estos zafios piratas tienen las horas contadas. Y nosotros, por una mera cuestión generacional, asientos de primera fila para asistir a su cochambrosa y ridícula agonía.
Así que, de momento, dejemos que nos sigan extorsionando. Querrá decir que siguen vivos, que todavía tenemos tiempo para asistir a su hecatombe.
Trebor Escargot
Articulo publicado en al revista literaria Quimera, nº 232, sección Kalidoskopia, Pág. 6 y 7.
Ante el cúmulo de despropósitos al que nos tiene acostumbrados la SGAE, del que éste es sólo uno más, no puedo dejar de preguntarme cómo es posible que se sientan heridos en su honor aquellos que no saben lo que es el mismo, porque poco honor cabe atribuir a aquellos que, más que de piratas, deberían ser calificados de añejos inquisidores que, frente a aquellos que tienen el valor para criticar el abusivo y bochornoso diezmo del que alimentan sus estómagos agradecidos y ociosos, alzan la espada de Damocles de la amenaza y el miedo, en un burdo intento por arrojar, al más puro estilo de dictaduras ya por fortuna pasadas, a la libertad de expresión y a los que la profesan a la hoguera de la censura. Y es que a los representantes y alimentados del oficialismo evangélico nunca les gustaron los Cátaros. Cómo sigamos así, en este puñetero país lleno de babosos y cretinos, habrá que cerrar todos los periódicos, todas las editoriales, todas las librerías, todas las tiendas de música, internet y hasta las listas de la compra, no sea que una coma que se les antoje mal puesta, pueda molestar a estos aristócratas de la ociosidad y la estulticia. Pero, entonces, ¿de qué vivirían?
Ilustración: Pintura de Pedro Berruguete en la que aparece el inquisidor Domingo de Guzmán presidiendo una quema de libros "heréticos".