No es tanto la ausencia, como no saber de ti, lo que alimenta el nocivo venero que fluye salado y seco desde mi mirada ciega sin aliento. Este agudo silencio que ignora que una vez llegamos a pensar que podríamos ser cómplices, sonrisas y lágrimas henchidas de empatía y ansias de ser bálsamo mutuamente, que te amé con un sublime sentimiento condenado a carencia perpetua, por encima de todas las cosas, por encima del tiempo y la distancia, por encima del dolor de lo imposible, sin esperar una comunión más allá de la mirada y las palabras, aunque a veces tocase tus manos, esas manos que una vez besé furtivo y rendido casi como despedida. ¡Es tan doloroso estar muerto!, no ser parte tan siquiera de un pensamiento evanescente evocador del pasado, sentirse un desecho agotado, inútil, despreciado y, al fin, arrojado a las cloacas del olvido. ¡Cuántas veces he querido imaginar que sólo nos separaba la distancia!, ¡qué alguno de los dos hubo de marchar lejos, más allá de donde alcanza el vuelo de la gaviotas, para estar separados de por vida por un océano insalvable! Pero que a pesar del mar yo seguiría formando parte de tu memoria, siendo el vestigio de alguno de esos instantes tan contados que nunca se dejan de echar en falta. Y que alguna carta tuya llegaría como transfusión de sangre aliviando la hemorragia que me consume la vida desde tu partida. ¡Hay tantas cosas que echo de menos, como estas ansias por poder ser de nuevo tu confidente y tu refugio en la tormenta, que me siento más que vacío! Pero ya, tras haber entrado a formar parte indisoluble del abismo, sobre todo me arrepiento de no haber hecho todo lo posible para en este amargo destierro poder echar de menos el escucharte respirar mientras duermes, ni eso me queda, ni eso tuve en algún momento. Y ya no tengo nada, sólo el recuerdo permanente de un fantasma vagando por las estancias en ruina de mi memoria de muerto. Te echo de menos. Y me echo en falta. Y te quiero. Y conservo tu cadáver en los sótanos de mi mente, para estar a tu lado sin estar, como licántropo autófago que, estando ya muerto, se muere sin la esperanza de que anochezca una luna llena.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
2 comentarios:
Ufff ¡ qué fuerte !.....
¡sangran las cicatrices!
¡Qué duro! pero... ¡¡cuánto me ha gustado!!
Un beso, loquito.
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