sábado, 24 de marzo de 2007

Coitus interruptus

A Mar, por retorcer mi imaginación.

Cada cierto tiempo, cuando ya casi no podía seguir soportando la ansiedad que le provocaba su ausencia, la llamaba para invitarla a un café o a una cerveza. Ella accedía en cada ocasión, pues, aunque siempre se esforzó en no demostrarlo, lo quería con toda su alma, y lo último que deseaba era poder llegar a hacerle daño, aun sabiendo que él ya estaría herido de por vida por su causa, una causa perdida de antemano. Nunca permanecían juntos más de diez minutos y siempre era él quien sugería el momento de despedirse. Ella siempre, al marcharse, le decía que no dejase de llamarla cada vez que le apeteciese, pero estaba convencida de que no lo haría, porque sabía que él pensaba que, por mucho que lo desease, no se debía permitir llamarla cada día.

Pero esta vez parecía que podían cambiar algunas cosas. Cuando él la llamó, ella le sugirió que podían quedar citados para cenar juntos. Durante la velada, como era habitual, sólo hablaron de cosas intrascendentes, él siempre encontraba el modo de evitar hablar de sentimientos. No obstante, en el rostro de ella, siempre tan calmada, asomaba incontenible una inquietud evidente. Cuando él decidió poner fin al encuentro y ya se levantaba de su asiento, ella lo detuvo agarrando con firmeza su antebrazo.

- Verás, Manuel, aunque yo nunca te lo haya dicho, tú sabes que te quiero con toda mi alma, que haría cualquier cosa que estuviese en mi mano por ti. Yo sé, Manuel, que desde el día en que me conociste, y durante todos estos años que nos hemos estado viendo casi a diario empujados por nuestra amistad… yo también echo de menos esos momentos, Manuel, yo también los echo de menos, pero, al igual que tú, no creo que podamos llegar a recuperarlos –en ese instante se inclinó hacia delante para mostrarle la hermosa madurez de sus senos desde el balcón al mar de su escote celeste. Te decía que sé que durante todo ese tiempo no has podido dejar de desear por un solo instante follar conmigo, que, incluso ahora, en cada uno de nuestros encuentros esporádicos, no puedes dejar de pensar en ello. Pues bien, Manuel, ya no lo soporto más, cada día que pasa estoy más cansada de verte así, tan lleno de tristeza. Así que, esta noche, vayamos a mi casa y echemos un buen polvo. O, mejor, follemos como salvajes, sin límites ni medida, sin precauciones, hasta que alguno de los dos, tras haberlo intentado con todas sus fuerzas, comprenda que está rendido y que no puede más. Hagámoslo, Manuel, como si mañana se acabase el mundo, porque esta noche, Manuel, esta noche… puede que sea el fin del mundo, de ese mundo que ambos conocimos y que ha terminado por alejársenos tan inalcanzable.

Cuando ella terminó de hablarle, Manuel volvió a sentarse de nuevo, y, hundiendo su mirada en el mantel como si fuese el fondo del más insondable abismo, permaneció en silencio durante unos pocos segundos que a Elvira se le hicieron interminables.

- ¿Sabes?, Elvira; yo, como viene sucediendo desde el mismo día en que te conocí, y aunque sé que por mucho que llegases a intentarlo nunca podrías sentir algo parecido a lo que yo siento por ti, daría mis cinco sentidos tan sólo porque tú me amases un solo día. Un solo día sin sábanas ni noche –respondió, trémulo, con un tono de voz agridulce y la mirada, humedecida de desesperanza y de tristeza, reflejándose en los desolados ojos de Elvira.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que Manuel tuvo un orgásmo antes de llegar al lecho, allí mismo, en cuanto adivinó lo que había al sur de aquel escote. O sea, que eyaculó precozmente con la sola invitación al fornicio. Es lo malo de la abstinencia.
Galletitas con leche.

Anónimo dijo...

Pues yo, Manuel, que esa noche andaba bastante borracho y terminé por perderles la pista a Elvira y a Manuel, no sé si terminarían o no follando. Pero, si es que llegaron a hacerlo, creo que tanto a la una como al otro debió de costarles lo suyo llegar al orgasmo. Porque ambos tenían otras prioridades. Espero, de todos modos, que lo hicieran, y que tras superar sus miedos y prejuicios, disfrutaran de una noche de sexo inolvidable, la última noche antes del fin del mundo.

Gemiditos acurrucados
Rafa

Anónimo dijo...

Oño Manolo, que... como que si en nada (nada referido al comienzo del relato) te vas... has terminado algun relato mio intacto???

Tu respira hondo, ouhmmmmmmmm ouhmmmmmmmmmmm...

Rafa y esa gripe?? a ver si la semana k viene hacemos huequito aunk sea pa un cafe y un tiron de orejas... :D

Anónimo dijo...

Es lo malo que tienen los escotes que se extienden hasta donde se pierde la vista. Pero como ya escribió nuestro anfitrión Rafa, el mayor de los erotismos se encuentra entre nuestras sienes, no entre nuestras piernas, y es ahí donde la vista deja paso a la imaginación y se-CORRE el peligo de CORRER-se, antes del aperitivo. Pero bueno, par eso esta el Tantra.
Wiski y cigarrito postcoital.

Anónimo dijo...

Juasss Manolo tu has pillao lo del Tantra... ya os enseñare formas de CORRER-os, pasados el aperitivo, o mejor... hacer el aperitivo y primer plato sin tener k CORRER una marathon...

Besos tantricos

Anónimo dijo...

Pues pa´mí quel Manuel estaba´cojonao. ¡Que me digo yo!
Y la Elvira ¡qué pena!
Si es que no pue´ deja´ las cosas tanto tiempo.
PAQUITA

Anónimo dijo...

Sin duda, Paquita, Manuel tenía mucho miedo a herir y a ser herido de nuevo. Elvira... bueno, la mujer en la que en buena parte está inspirado el carácter del personaje de Elvira en éste y otros relatos(y que en ningún caso ha vivido los hechos descritos en la ficción, al menos que yo sepa), es una muy grande y muy buena persona.

Un abrazo.