Soy una calle con aires de vía sacra. El Cachorro, el Cristo más gitano, me cruza de cabo a rabo cada viernes santo. Cuando llega mayo, el simpecado de la Blanca Paloma recorre la dirección inversa hacia la aldea del Rocío. Son días grandes en que los balcones se engalanan con mantones de Manila y no cabe un alfiler en las aceras.
Quizás por esto, media docena de pequeños talleres de imagineros han proliferado en mis estrechas bocacalles. Son pequeños y humildes, ocupando recónditos locales de planta baja donde nunca entra el sol. Pero allí, los artistas esculpen mañana y tarde sus imágenes religiosas, quedándose las más entrañables y queridas para adornar sus paredes. Aquello semeja paraísos celestiales trasladados a la tierra por sus manos laboriosas. Aquí, el Pantocrátor, allá los ángeles, acullá los cristos y vírgenes escoltados por santos de distintas advocaciones. Y todos, mirando continuamente los esfuerzos del artista, soñador y místico, por reproducir en madera o escayola los personajes más ilustres de la Iglesia católica.
(¢) Carlos Parejo Delgado
No hay comentarios:
Publicar un comentario