Me levanto temprano
—las cinco y media en punto.
Me ducho y desayuno
y a diario me dirijo
a la cruda mazmorra
donde habita el olvido
—qué gran poema este
que escribiera, aunque usando
otro tiempo verbal,
Luis Cernuda en honor
de una rima de Bécquer.
La autopista a estas horas
soporta poco tráfico
y, aunque alerta, no alcanzo
a dejar ni un instante
de vislumbrar los restos
del cadáver nonato
de un porvenir que siendo
desde siempre no más
que una quimera, nunca
supe dar por perdido.
Me asalta, a qué negarlo,
la tentación, a veces,
de entregarme al cansancio
que me infligen la ausencia
y la desesperanza,
dejando una vez más
—esta ya para siempre—
en las zarpas del caos
y la inercia mi sino.
"...para vivir con miedo."
—recuerdo a Ángel González
y me digo que, al menos,
ahora que ya está todo
para siempre perdido,
no he de ser como antaño
un cobarde. Y me aferro
al volante lo mismo
que a un clavo ardiendo y sigo,
pese al miedo, camino
de la mazmorra henchida
de deseos imposibles
y recuerdos amargos
donde habita el olvido.
Acaso, aunque tan cruel,
sea un modo de esperanza
—qué espanto—. En cualquier caso,
qué más da; "nada grave".
La flor del tabaco
-
*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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Quince años de Huelva a Sevilla y vuelta. Maratoniano de la vida, ave...
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