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El día 24 de julio se dejaron
la vida 80 seres
humanos en la curva llamada de A Grandeira.
Y allí acudieron todos
–el Rey, los presidentes
Autonómico y del Gobierno, el líder
del Grupo opositor mayoritario
y un largo, largo etcétera–
a mostrar su dolor –rostros muy serios–
y apoyo hacía las víctimas
de tan brutal tragedia. En paz descansen.
Pero apenas ninguno de estos mismos
–por no decir ninguno–
se muestran compungidos
por los miles y miles de otras víctimas
que caen en otras curvas de otros tantos
viles y horribles descarrilamientos
propiciados por esta gran estafa
que ellos mismos perpetran
y con cinismo denominan crisis,
y que, amén de llevarse por delante,
entre otros, a los cientos de suicidas
que se cuelgan de un árbol o saltan al vacío
por perder sus empleos o a causa de un desahucio,
o a los quién sabe cuántos que perecen
de forma prematura consumidos
por la miseria impuesta por la Troika,
ha sido la razón de que en la curva
de A Grandeira faltasen los sistemas
que hubiesen evitado el accidente.
Pero en todas las curvas de este pútrido
sistema que nos lleva maniatados
cuando no al cementerio, al esclavismo,
la culpa se atribuye al maquinista.
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