Jaime vestía a sus dieciocho años, como tantos jóvenes, con una equipación de la Liga de baloncesto estadounidense. Las camisetas, pantalones y zapatillas flotaban en el aire cuando movía su menudo pero fibroso cuerpo. Una inoportuna entrada a canasta acabó en esguince de rodilla. Inmovilizado como estaba creció su adicción a los videojuegos y los mensajes por el móvil hasta límites insospechados.
Todo cambió el día que le propusieron cuidar de su abuelo agonizante. Cada vez que salía de una de estas sesiones de entrenamiento en la paciencia con el dolor ajeno necesitaba respirar bien hondo durante casi una hora.
¡Vaya trabajo duro¡ comentó con su madre. Y ésta le habló de su selección ideal de estrellas. Madre Teresa con los moribundos de Calcuta, el padre Damián con los leprosos de Molokai, Isabel de Hungría con los ciegos… De todos llevaba una estampa en su cartera. ¡Eran sus héroes y no jugaban ni en la NBA ni en la Liga española de fútbol¡
(¢) Carlos Parejo Delgado
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