Hace unos meses recibimos la desafortunada noticia de la desaparición del último ejemplar, una hembra, de la especie “Capra pyrenaica pyrenaica” o bucardo. Una desaparición indicativa de la tremenda reducción de biodiversidad a la que asistimos en las últimas décadas.
Lo cierto es que la desaparición de especies animales o vegetales no es algo nuevo ni, en principio, traumático, ya que forma parte de los mecanismos de la evolución desde la aparición de los primeros microorganismos en épocas remotas. La evolución, en su avance hacia la madurez de la biosfera, en una tendencia continua dirigida a conseguir un equilibrio siempre inestable entre todos sus elementos, permanentemente ha determinado la desaparición de especies que eran sustituidas por otras en general más desarrolladas y adaptadas a ese equilibrio. No obstante, el balance global de esa evolución ha sido, salvo episodios muy contados y con un origen aun no suficientemente conocido como el que ocasionó la desaparición de los grandes saurios, positivo en el sentido de que el número y la calidad (grado evolutivo y adaptación a los múltiples nichos ecológicos existentes de un modo cada vez más armónico con el conjunto de la vida) de las especies vivas han ido en aumento, configurando una biosfera cada vez más rica, diversa, madura y más cercana a un hipotético estado final de la sucesión evolutiva de las especies, consistente en unas comunidades finales muy estables o, lo que se ha denominado, situación clímax.
No obstante, esta dinámica evolutiva, cimentada en un equilibrio inestable en permanente avance hacia una mayor diversidad biológica, se ha visto alterada profundamente por la actividad del ser humano. Así, la acción antrópica viene incidiendo hace siglos en la reducción del número total de especies vivas, en un proceso que en la actualidad experimenta un crecimiento exponencial.
La desaparición de la última bucarda ha sido un episodio más en esa pérdida de biodiversidad, que es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la vida, de la que el ser humano forma parte como un elemento más, en la actualidad. Sin embargo, el avance de la investigación genética y de la experimentación en torno a técnicas de clonación parece devolver la esperanza en la recuperación de esta especie ya desaparecida. Ahora puede que aquel no fuera el último, sino el penúltimo ejemplar de bucardo. Esta recuperación de especies extintas, mediante la aplicación de técnicas de clonación, es algo que, en principio, puede resultar positivo. Sin embargo, realizada de manera aislada no dejará de ser una actuación más efectista que efectiva, al no incidir sobre la raíz de los verdaderos elementos y factores que, de un modo sinérgico, propician la alarmante pérdida de diversidad biológica del mundo actual y que, en particular, llevaron a la desaparición del bucardo.
Para que la lucha contra la pérdida de la diversidad biológica sea eficaz es necesario actuar sobre la fragmentación de hábitats, la destrucción y contaminación de ecosistemas, la desestabilización de las cadenas tróficas o la caza indiscriminada, entre otros ámbitos problemáticos. En este contexto, la clonación de especies desaparecidas puede abrir grandes posibilidades, pero tendrá muy poca utilidad o incluso puede resultar muy negativa si se utiliza como pretexto o coartada para seguir permitiendo y potenciando el avance de esos elementos y factores que propician el progresivo empobrecimiento y perdida de diversidad de la biosfera.
Hoy día hay muchas especies, como el lince ibérico, el quebrantahuesos o la cigüeña negra, que pronto podrían sufrir la misma “mala suerte” (valga la expresión, aunque los procesos de extinción a los que están sometidas tienen muy poco que ver con el azar y mucho con la actuación del hombre) que el bucardo.
Ante esto, y teniendo en cuenta los grandes avances de la investigación genética, sólo existen dos posibilidades. O actuar sobre esos factores que inciden en su progresiva desaparición, lo que permitiría mantener e incluso recuperar sus poblaciones, o (en uso de una visión antropocéntrica que encumbra al desarrollo científico y tecnológico como una nueva y única deidad capaz de solucionar todos los problemas del Universo) conformarnos con tener en el futuro un gran museo vivo de animales extintos, como recuerdo de la gran riqueza de la que un día formamos parte y perdimos para siempre.
En la fotografía: Celia, la última bucarda.
(*) Este artículo apareció publicado originalmente en octubre de 2000 en el diario Huelva Información y en la web de Rebelión.