La flor del tabaco
-
*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
miércoles, 29 de febrero de 2012
Nocturno de invierno
martes, 28 de febrero de 2012
Prioridades
Aun más que los instantes de contento,
que el tiempo presta siempre con usura,
contigo compartir los de amargura
poder quisiera, aunado a tu lamento.
Aun más que respirarte, ser tu aliento;
sendero hacia la luz en la espesura
que opaca hace crecer la desventura;
en el desierto, tu agua y tu alimento.
Porque, más que mi gozo, es tu existencia
lo que otorga sentido a mi camino;
saber que eres dichosa, aunque mi sino
lo marquen tu desprecio y tu carencia.
Da igual que no me quieras o me quieras,
ya sólo importa que no te me mueras.
lunes, 27 de febrero de 2012
Relatos verosímiles (29): El testamento vital de Filomena (Carlos Parejo)
Está en la mitad de su vida, y mira con nostalgia los cuarenta y cinco años que ha dejado atrás. Ha visto menguar su fe en el Dios de la infancia y adolescencia, y el fanatismo de sus juveniles credos sociales revolucionarios. Tan sólo le queda el ideal ecologista.
Y se aplica a ello con perseverancia. Su universo íntimo se ha poblado de un nuevo código de valores. Busca ansiosa a las personas sanas, que le transmitan sus energías positivas, frente a las tóxicas y cargadas de basura mental. Se instruye en costumbres naturistas frente a las artificialmente nocivas:
Vigoriza y mantiene en forma constantemente su cuerpo con la natación y la gimnasia. Su nuevo templo de comunión diaria de la edad madura, tras su paso por la iglesia y el sindicato, es el SPA. Ha exiliado de su hogar a la televisión y las redes sociales de INTERNET. Su tiempo de ocio lo entretiene mediante la convivencia con animales y plantas domésticas muy variadas, la práctica de una dieta vegetariana, la separación selectiva de todos los residuos generados y el reciclaje en objetos de nuevas formas de sus muebles y prendas de vestir de siempre.
Filomena me comentaba que ya ha expresado ante notario cuál será su última voluntad: Desea irse de este mundo naturalmente, para poder transformarse en otro ser animado –planta, animal o humano –, y cerrar así el ciclo que ahora da sentido a su existencia.
Y se aplica a ello con perseverancia. Su universo íntimo se ha poblado de un nuevo código de valores. Busca ansiosa a las personas sanas, que le transmitan sus energías positivas, frente a las tóxicas y cargadas de basura mental. Se instruye en costumbres naturistas frente a las artificialmente nocivas:
Vigoriza y mantiene en forma constantemente su cuerpo con la natación y la gimnasia. Su nuevo templo de comunión diaria de la edad madura, tras su paso por la iglesia y el sindicato, es el SPA. Ha exiliado de su hogar a la televisión y las redes sociales de INTERNET. Su tiempo de ocio lo entretiene mediante la convivencia con animales y plantas domésticas muy variadas, la práctica de una dieta vegetariana, la separación selectiva de todos los residuos generados y el reciclaje en objetos de nuevas formas de sus muebles y prendas de vestir de siempre.
Filomena me comentaba que ya ha expresado ante notario cuál será su última voluntad: Desea irse de este mundo naturalmente, para poder transformarse en otro ser animado –planta, animal o humano –, y cerrar así el ciclo que ahora da sentido a su existencia.
© Carlos Parejo Delgado
domingo, 26 de febrero de 2012
sábado, 25 de febrero de 2012
Hilo
¿Ya nada me une a ti? ¿Ni tan siquiera
precario un hilo frágil SOSteniendo
en vilo mi alma, sólo por atuendo,
el gélido sudario de la espera?
De esta espera sin fe que desespera,
y hacia un fondo sin fondo va cayendo
roída por el vértigo, el horrendo
mordisco de pensarse ya quimera.
Dime que aún algo queda, aunque sea falso;
te ruego solamente un espejismo
para, en su luz ficticia, un catecismo
urdir que dulcifique este cadalso
donde en caída libre llevo al cuello
la soga de no hallarme en tu destello.
viernes, 24 de febrero de 2012
Certificado de defunción
La encontró su casero,
colgando de la lámpara del baño,
al ir al reclamarle el alquiler
que hacía no pagaba varios meses
–instante en que dejó de percibir
las últimas limosnas del sistema.
Motivo reseñado de la muerte:
suicidio por ahorcamiento. Fue
un error del forense.
¿La verdadera causa?
Asesinato. ¿El asesino?
El totalitarismo financiero.
¿Los cómplices? Los títeres políticos,
venales, pusilánimes
y sucios mamporreros,
bastardos mercenarios del mercado.
En mi pupila tu pupila azul
jueves, 23 de febrero de 2012
Los alojados
Hasta hace no muchas décadas, prácticamente hasta anteayer, existía en la España de la Dictadura Franquista, quizás como infausta reminiscencia feudal, la figura del alojado. El alojado era un pobre miserable, un desgraciado, que, a cambio sólo de un rancho nauseabundo y escaso, y de un techo exiguo y precario, debía trabajar de sol a sol para el señorito de turno y plegarse a todos sus caprichos –que, en más de una ocasión, llegaban a ser hasta de índole sexual- para evitar ser puesto con una mano delante y otra detrás de patitas en la calle. La situación del alojado era, por tanto, mucho peor que la del siervo de la gleba del medievo, pues este, al menos, pese a estar ligado hasta su muerte a la tierra que debía trabajar para el señor feudal, tenía derecho de por vida al usufructo de la casa que habitaba y sobre una parte de los pagos que cultivaba.
La llamada transición democrática española, con la Constitución de 1978 como estandarte, tuvo la virtud de, en unos casos, dulcificar y, en otros, como ocurrió con la figura del alojado, erradicar muchos, prácticamente casi la totalidad, de los injustos e inmorales vicios de la Dictadura. Pero también estuvo plagada de resquicios y agujeros a través de los cuales era posible y hasta probable en exceso, la vuelta atrás, el retroceso de los derechos ciudadanos secuestrados criminalmente casi durante cuatro décadas por el régimen fascista.
Como ha ocurrido a consecuencia de una, pese a su constitucionalidad, injusta Ley Hipotecaria, que ha terminado abocando a un buen número de ciudadanos a trasformarse en una suerte de “remasterizados” siervos de la gleba, obligados a trabajar casi de por vida para, empleando en ello un alto porcentaje de su salario, pagar a los poderes financieros por satisfacer su derecho constitucional a una vivienda digna. Unas viviendas muy sobretasadas –qué necio confundir valor con precio- por y al servicio del poder omnímodo y abusivo del feudalismo y la usura de la banca española; y sobre las que muchos ciudadanos, en contra de lo que sucedía en el caso de los siervos de la gleba, podían terminar perdiendo todo derecho, como ya ha quedado suficiente e infaustamente demostrado por la putrefacta ola de desahucios de la que adolecemos en la actualidad.
Y, por otra parte, aunque formando parte de la misma problemática, de esas carencias democráticas de una transición con demasiadas fallas, la recién perpetrada salvaje contrarreforma laboral, con el objetivo de satisfacer la gula desmedida y creciente del totalitarismo económico de los especuladores financieros, hace temer la posibilidad de que, si una muy improbable revolución no lo remedia, una de las próximas vueltas de tuerca que puedan operarse sobre el llamado mercado de trabajo, traiga de nuevo a “nuestras” tierras la vergonzosa figura del alojado. Porque el mercado de trabajo, no nos engañemos, con esta denominación tan fiel a lo que es su esencia, no es en la actualidad más que un mecanismo dirigido a transmudar lo que nunca debería dejar de ser un derecho fundamental de los ciudadanos, el derecho a un trabajo digno y bien remunerado, en una mercancía vendida a precio de saldo.
Con estos mimbres, quizá no sea muy descabellado especular con la posibilidad de que la llamada transición democrática española, para una mayor fidelidad entre lo que ha supuesto y los términos que la nombren, debiese comenzar desde ya a denominarse proceso de dulcificación de la Dictadura o “dictablanda”; una “dictablanda” presta a ir endureciéndose más y más nuevamente, al albur de las caprichosas “necesidades” del totalitarismo económico nacional e internacional.
La llamada transición democrática española, con la Constitución de 1978 como estandarte, tuvo la virtud de, en unos casos, dulcificar y, en otros, como ocurrió con la figura del alojado, erradicar muchos, prácticamente casi la totalidad, de los injustos e inmorales vicios de la Dictadura. Pero también estuvo plagada de resquicios y agujeros a través de los cuales era posible y hasta probable en exceso, la vuelta atrás, el retroceso de los derechos ciudadanos secuestrados criminalmente casi durante cuatro décadas por el régimen fascista.
Como ha ocurrido a consecuencia de una, pese a su constitucionalidad, injusta Ley Hipotecaria, que ha terminado abocando a un buen número de ciudadanos a trasformarse en una suerte de “remasterizados” siervos de la gleba, obligados a trabajar casi de por vida para, empleando en ello un alto porcentaje de su salario, pagar a los poderes financieros por satisfacer su derecho constitucional a una vivienda digna. Unas viviendas muy sobretasadas –qué necio confundir valor con precio- por y al servicio del poder omnímodo y abusivo del feudalismo y la usura de la banca española; y sobre las que muchos ciudadanos, en contra de lo que sucedía en el caso de los siervos de la gleba, podían terminar perdiendo todo derecho, como ya ha quedado suficiente e infaustamente demostrado por la putrefacta ola de desahucios de la que adolecemos en la actualidad.
Y, por otra parte, aunque formando parte de la misma problemática, de esas carencias democráticas de una transición con demasiadas fallas, la recién perpetrada salvaje contrarreforma laboral, con el objetivo de satisfacer la gula desmedida y creciente del totalitarismo económico de los especuladores financieros, hace temer la posibilidad de que, si una muy improbable revolución no lo remedia, una de las próximas vueltas de tuerca que puedan operarse sobre el llamado mercado de trabajo, traiga de nuevo a “nuestras” tierras la vergonzosa figura del alojado. Porque el mercado de trabajo, no nos engañemos, con esta denominación tan fiel a lo que es su esencia, no es en la actualidad más que un mecanismo dirigido a transmudar lo que nunca debería dejar de ser un derecho fundamental de los ciudadanos, el derecho a un trabajo digno y bien remunerado, en una mercancía vendida a precio de saldo.
Con estos mimbres, quizá no sea muy descabellado especular con la posibilidad de que la llamada transición democrática española, para una mayor fidelidad entre lo que ha supuesto y los términos que la nombren, debiese comenzar desde ya a denominarse proceso de dulcificación de la Dictadura o “dictablanda”; una “dictablanda” presta a ir endureciéndose más y más nuevamente, al albur de las caprichosas “necesidades” del totalitarismo económico nacional e internacional.
miércoles, 22 de febrero de 2012
Viuda negra
Empiezo a estar cansado de poesía
y a un tiempo a sospechar que la poesía
está harta ya de mí. E, imaginando
que el vínculo que me une a la poesía
pudiera, semejante al matrimonio,
ser hasta que la muerte nos separe,
me temo que pudiera la poesía,
a objeto de librarse de ese vínculo,
estar taimadamente envenenándome.
¿Democracia? ¿Qué democracia?
UNA horda de felones sin escrúpulos, está obligando a la democracia, en España, a transmudarse en una puta de lujo que sólo ofrece sus viciados ser-vicios a inmorales y sádicos con recursos suficientes para pagarlos. Y los proxenetas, protegidos y cómodos, se nutren de ella con gula, esquilmándola, desde tronos, púlpitos y estrados.
lunes, 20 de febrero de 2012
Mar-athon
“Recuerde el alma dormida”
Jorge Manrique
siempre fue –por decirlo de algún modo-
un animal de fondo
y conste que con este apelativo
no quiero referirme
–pese a estar abocado
a ocultarse en el fango-
a que fuese una suerte de lenguado
estático a la espera de su presa
era más bien como Filípides
malherido avanzando sobre abrojos
aunque hubiese olvidado hacía tanto
cualquier buena noticia por mensaje
así como –tropiezo tras tropiezo
cayendo levantándose cayendo-
su lóbrego y estólido destino
de exánime animal –canto rodado-
de opaco fango y fondo
Relatos verosímiles (28): El último jefe de protocolo (Carlos Parejo)
José Ignacio es hijo del antiguo Jefe de Protocolo del gobierno provincial. Entró a trabajar como ordenanza en la institución a los dieciséis años. Y al cumplir la mayoría de edad heredó el puesto paterno.
De esto han transcurrido treinta años. Y en este tiempo han ido decayendo las normas de urbanidad –que ya no se estudia en las escuelas –, y casi ningún joven sabe siquiera lo que es el protocolo. Todos los días recorre infatigable el viejo cuartel donde se encuentra, es el amable, eterno sonriente y diplomático “corre ve y dile” del Presidente. Su ojeador indio, si éste fuera el General Custer.
¡Qué orgulloso y ufano va con su traje de chaqueta azul con el escudo provincial bordado en oro, su camisa blanca nieve y la corbata y el pantalón gris¡ Fueron el legado de su padre al jubilarse y ningún día se deprende de su uniforme, como un doctor de su bata.
Pero los más jóvenes -recién colocados- lo miran extrañadísimos. Su indumentaria es tan decimonónica respecto a la que usan: cabellos peinados a la moda y teñidos de colores, camisetas hip hop y pantalones cagados. Y expresan para sus adentros: ¿Pero, de dónde ha salido este hombre, acaso de la película de Parque Jurásico?
Y, sin embargo, su uniforme lo llevaban casi todos los funcionarios oficiales hasta finales de la Dictadura, hace menos de medio siglo. Pero hoy en día la actualidad se confunde con la única realidad, y los gustos cambian tan rápidamente, que las antiguas costumbres y urbanidades de Jose Ignacio han caído en el agujero negro del olvido.
De esto han transcurrido treinta años. Y en este tiempo han ido decayendo las normas de urbanidad –que ya no se estudia en las escuelas –, y casi ningún joven sabe siquiera lo que es el protocolo. Todos los días recorre infatigable el viejo cuartel donde se encuentra, es el amable, eterno sonriente y diplomático “corre ve y dile” del Presidente. Su ojeador indio, si éste fuera el General Custer.
¡Qué orgulloso y ufano va con su traje de chaqueta azul con el escudo provincial bordado en oro, su camisa blanca nieve y la corbata y el pantalón gris¡ Fueron el legado de su padre al jubilarse y ningún día se deprende de su uniforme, como un doctor de su bata.
Pero los más jóvenes -recién colocados- lo miran extrañadísimos. Su indumentaria es tan decimonónica respecto a la que usan: cabellos peinados a la moda y teñidos de colores, camisetas hip hop y pantalones cagados. Y expresan para sus adentros: ¿Pero, de dónde ha salido este hombre, acaso de la película de Parque Jurásico?
Y, sin embargo, su uniforme lo llevaban casi todos los funcionarios oficiales hasta finales de la Dictadura, hace menos de medio siglo. Pero hoy en día la actualidad se confunde con la única realidad, y los gustos cambian tan rápidamente, que las antiguas costumbres y urbanidades de Jose Ignacio han caído en el agujero negro del olvido.
© Carlos Parejo
domingo, 19 de febrero de 2012
Hemerodromo
¡Corre, Filípides, una carrera más!
Robert Browning
Filípides atípico
corro de la derrota hacia la nada
sin nada en las alforjas por mensaje
ni nadie tras los muros de una Acrópolis
que nunca figuró en mi mapamundi
a quien pese al poema amordazado
sudario del muñón de la esperanza
poder confiar mi huera malavieja
no estallará al llegar mi corazón
postrado lo dejé sobre la grama
y no ha meta esta huida desbocada
sábado, 18 de febrero de 2012
viernes, 17 de febrero de 2012
Poema marxista o machista, o ambas cosas o ninguna, e incluso puede que ni poema, escrito en un gallinero un gélido invierno de contrarreformas
Regalo más regalo no he tenido... (María Fernández Lago)
Regalo más regalo no he tenido
que la palabra amiga y, en concreto,
los catorce regalos del soneto
que Rafa León con arte me ha ofrecido.
No lo escribió de quince y ha sabido
no escribirlo de veinte –fue discreto–
que haberlos, haylos, dice algún poeto:
llamarte pues poeta es merecido.
Tú sabes la palabra impermanente
y la palabra antigua y los reflejos
de todo lo que es cierto y no es baldío,
artista amigo, amigo nuevamente,
amigo con humor, amigo lejos,
artista en lo cercano, amigo mío.
jueves, 16 de febrero de 2012
Manifiesto
miércoles, 15 de febrero de 2012
Un nuevo guiñol de Canal+ Francia desata las iras del Partido Popular
PARÍS, 15 de febrero de 2012 (EUROPA QUÉ ES). Un nuevo episodio en la escalada de descalificaciones perpetrada desde tierras galas contra España, amenaza con continuar enfriando aún más las relaciones de nuestro país con la vecina Francia; y todo esto, cuando ya hace días que venimos sufriendo un frío de cojones tanto al norte como al sur de los Pirineos.
En esta ocasión, el guiñol de Canal+ Francia trasciende al mundo del deporte para adentrarse de lleno en el de la política, al afirmar en tono jocoso que Rajoy y sus ministros se dopan de manera habitual con sustancias como la fascistoidepoyetina, el involuciotamol, la fellatioalbanquerotrofina, el contrarreformalaboralestano y la vaticanotatina, entre otras.
Un alto funcionario de la Unión Europea, que de momento ha preferido permanecer en el anonimato, ha salido al paso de estas afirmaciones, declarando que es más que probable que la Comisión Europea tome cartas en el asunto e investigue a fondo su posible veracidad -“cuando la sangre suena, EPO lleva”, ha llegado a decir-. De confirmarse el dopaje, podría acarrear al Partido Popular que le fuese retirado el gallardón, perdón, el galardón obtenido en la contienda electoral del pasado 20-N, el cual pasaría a ser concedido a los segundos clasificados, eso sí, tras pormenorizados análisis de sangre, bilis y orina, por si también hubiesen incurrido en algún tipo de dopaje pernicioso para los intereses generales del pueblo español. “En cualquier caso -ha añadido el alto funcionario; 1 metro y 98 centímetros de estatura-, sería bueno que el equipo de gobierno del Partido Popular, de estar dopándose, cambiase inmediatamente de camello, por si las sustancias prohibidas que consumen están en mal estado, y otras de mejor calidad los llevasen a dejar de alardear de éxitos deportivos e hirientes tijeras, para ocuparse en defender los derechos de los ciudadanos y, en contra de lo que están haciendo en la actualidad, a repartir equitativamente la riqueza entre los españoles”.
Consultada a todo este respecto, Soraya Sáenz de Santamaría se ha limitado a gritar, iracunda, con lágrimas en los ojos -tal vez no emocionada, sino por estar cara al sol- y la diestra palma abajo y extendida al frente: “Nadal, Iniesta, Alonso, Contador; me cisco en Sarkozy. ¡Viva España!”
En esta ocasión, el guiñol de Canal+ Francia trasciende al mundo del deporte para adentrarse de lleno en el de la política, al afirmar en tono jocoso que Rajoy y sus ministros se dopan de manera habitual con sustancias como la fascistoidepoyetina, el involuciotamol, la fellatioalbanquerotrofina, el contrarreformalaboralestano y la vaticanotatina, entre otras.
Un alto funcionario de la Unión Europea, que de momento ha preferido permanecer en el anonimato, ha salido al paso de estas afirmaciones, declarando que es más que probable que la Comisión Europea tome cartas en el asunto e investigue a fondo su posible veracidad -“cuando la sangre suena, EPO lleva”, ha llegado a decir-. De confirmarse el dopaje, podría acarrear al Partido Popular que le fuese retirado el gallardón, perdón, el galardón obtenido en la contienda electoral del pasado 20-N, el cual pasaría a ser concedido a los segundos clasificados, eso sí, tras pormenorizados análisis de sangre, bilis y orina, por si también hubiesen incurrido en algún tipo de dopaje pernicioso para los intereses generales del pueblo español. “En cualquier caso -ha añadido el alto funcionario; 1 metro y 98 centímetros de estatura-, sería bueno que el equipo de gobierno del Partido Popular, de estar dopándose, cambiase inmediatamente de camello, por si las sustancias prohibidas que consumen están en mal estado, y otras de mejor calidad los llevasen a dejar de alardear de éxitos deportivos e hirientes tijeras, para ocuparse en defender los derechos de los ciudadanos y, en contra de lo que están haciendo en la actualidad, a repartir equitativamente la riqueza entre los españoles”.
Consultada a todo este respecto, Soraya Sáenz de Santamaría se ha limitado a gritar, iracunda, con lágrimas en los ojos -tal vez no emocionada, sino por estar cara al sol- y la diestra palma abajo y extendida al frente: “Nadal, Iniesta, Alonso, Contador; me cisco en Sarkozy. ¡Viva España!”
martes, 14 de febrero de 2012
Caída
"Tú eras mi muerte:
a ti te pude retener,
mientras todo se me evadía."
Paul Celan
La rebelión de un ángel,
y un alto precio en la derrota,
por su temeridad sin osadía:
perder los párpados, ganar un sexo,
sorber la luz que herrumbra los reflejos
del corazón agónico y cansado
al filo del abismo.
lunes, 13 de febrero de 2012
Relatos verosímiles (27): Beso sin cita previa (Carlos Parejo)
El treinteañero Javier, soltero emancipado enfermizamente tímido, estaba perdidamente enamorado de Amalia. Era la Directora del Instituto en que trabajaba como bedel. Ell tenía un cuerpo de gimnasio, un torso grandiseniente y unos ojos azules como el Cielo. Pero él no se hacía esperanzas, ya que se consideraba un bono basura en el mercado de valores-parejas del centro escolar, por su pequeña estatura, y aspecto enclenque y poco agraciado.
Un gélido mediodía de febrero, cuando cerraba las puertas, Amalia se acercó por su espalda, le llamó por su nombre y, al volverse, lo besó con inusitado deseo animal. ¿Le ocurre a usted algo, por que se comporta así? Y le respondió: ¿Acaso usted, cuando disfruta un cuadro de arte moderno, se pregunta qué sentido oculta?
Aquel improvisado acto sexual lo enloqueció. No podía recordar la clave de alarma para arrancar el coche. Ni el número secreto del Cajero Automático más próximo. Tampoco el teléfono móvil de su viuda madre para llamarla y acercarse a almorzar. Era como si el beso-virus maligno de Amalia hubiese borrado los datos numéricos del disco duro/desván de su memoria, siempre de respuesta tan rápida y tan meticulosamente organizado.
Un gélido mediodía de febrero, cuando cerraba las puertas, Amalia se acercó por su espalda, le llamó por su nombre y, al volverse, lo besó con inusitado deseo animal. ¿Le ocurre a usted algo, por que se comporta así? Y le respondió: ¿Acaso usted, cuando disfruta un cuadro de arte moderno, se pregunta qué sentido oculta?
Aquel improvisado acto sexual lo enloqueció. No podía recordar la clave de alarma para arrancar el coche. Ni el número secreto del Cajero Automático más próximo. Tampoco el teléfono móvil de su viuda madre para llamarla y acercarse a almorzar. Era como si el beso-virus maligno de Amalia hubiese borrado los datos numéricos del disco duro/desván de su memoria, siempre de respuesta tan rápida y tan meticulosamente organizado.
© Carlos Parejo
domingo, 12 de febrero de 2012
Antipoema
sábado, 11 de febrero de 2012
2012: una odisea en las cloacas
2012: ¿lo recogerán los anales de la Historia como el año en que culminó el nauseabundo proceso de criminal contrarreforma laboral mediante el cual el contrato (*) pasó a denominarse “sintrato”, como sinónimo de esclavismo? ¿Se podrá leer de algún historiador mordaz y honesto que Zapatero fue el cáncer y Rajoy su metástasis?
(*) Contrato.
(Del lat. contractus).
1.m. Pacto o convenio, oral o escrito, entre partes que se obligan sobre materia o cosa determinada, y a cuyo cumplimiento pueden ser compelidas.
(DRAE)
(Del lat. contractus).
1.m. Pacto o convenio, oral o escrito, entre partes que se obligan sobre materia o cosa determinada, y a cuyo cumplimiento pueden ser compelidas.
(DRAE)
viernes, 10 de febrero de 2012
Ley de Gürtel y Mariotte (*)
LA cantidad de mierda que, oculta, se acumula en un determinado momento debajo de las alfombras de un Estado dado, es directamente proporcional al número de mierdas venales apoltronados sobre sus moquetas oficiales.
(*) Se permite y hasta agradece cualquier rima obscena y fácil que enriquezca de algún modo esta ley del todo ajena a la Justicia.
jueves, 9 de febrero de 2012
A Maria Fernández Lago
"En este mundo traidor,
nada es verdad, ni mentira,
todo es según el color
del cristal con que se mira."
Ramón de Campoamor
No es cierto que ya se haya dicho todo:
siempre será posible que un pronombre
en un verso iterado nos asombre
con un nuevo matiz, un nuevo modo.
No es cierto que la luz que hay en un verbo
se agote cuando ha sido pronunciado,
ni que algo por haber sido nombrado
no pueda renacer con nuevo niervo.
No es cierto que ya sobren las palabras,
porque aunque las palabras sean las mismas
que ya otros pronunciaron, nuevos prismas
de ellas pueden gestar abracadabras,
que hagan que en otra boca y otro oído
cobren nuevo color, nuevo sentido.
miércoles, 8 de febrero de 2012
La ejecución
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Martin Niemöller
ME sentía completamente aturdido. En la desorientación que me atenazaba, mis ojos sólo captaban una incipiente luz turbia en la que no se definían objetos ni formas. Tenía la boca reseca y con un extraño sabor que me recordaba al de los restos de cloroformo al despertar de la interminable operación quirúrgica a la que fui sometido casi cuarenta años atrás, cuando sólo era un niño (resulta curioso y para mí sorprendente que podamos recordar detalles de este tipo con tanta nitidez). El olor era penetrante, casi nauseabundo, como si se hubiesen fundido en uno, ese aroma a antibiótico rancio que suele haber en las farmacias añejas de barrios marginados y el hedor de los callejones sin salida que aprovechan para vomitar y orinar los borrachos. Me sudaban las manos; en realidad sudaba por cada poro de mi piel, pero sobre todo me sudaban mucho las manos. Y el silencio… el silencio era absoluto. Todo ello me producía un vértigo inenarrable que hacía que me sintiera como si, con las entrañas vacías, estuviese siendo arrastrado hacía una profunda sima, de ignoto fondo, por una fuerza que se me antojaba que me transportaba sin destino a una velocidad superior a la de la luz.
Poco a poco fui recobrando la claridad de la vista. Lo primero que captaron mis ojos, con el detalle suficiente como para que mi cerebro pudiese creer interpretar lo que le trataban de transmitir, fue la silueta de un hombre convulsionándose sobre una especie de camilla. Eran unas convulsiones casi imperceptibles, pero a la vez muy intensas, que se sucedían con una inusitada rapidez, casi sin solución de continuidad entre espasmo y espasmo.
Cuando hube recuperado suficientemente el equilibrio, comencé a mirar a mi alrededor. Me encontraba en lo que, sin ningún tipo de certeza, creí una especie de cámara de gas. Pero no era una cámara de gas habitual, como esas que nos hemos acostumbrado a ver en las películas norteamericanas. Esta tenía todas sus paredes, o su única pared cilíndrica -que terminaba formando sin ruptura aparente la cubierta semicircular que la coronaba-, de grueso vidrio. En el exterior, en una falsa llanura cuya cota se iba elevando con la lejanía y cuyos confines se perdían confundiéndose en el horizonte, una muchedumbre infinita de gente sin rostro, uniformada de gris, observaba inmutable, desde detrás de sus inexpresivos ojos de color negro vacío, lo que se me antojaba, por la infinita multitud que allí se había congregado, iba a ser un espectáculo incomparable.
De súbito, experimente una especie de extraño y sobrecogedor déjà vu que me hizo sentir como si ya hubiese estado anteriormente observando ese lugar -desde fuera, entre aquella infinita masa gris de personas sin alma- millones de veces. Un pavor angustioso comenzó a recorrerme cada nervio y cada célula del cuerpo y rompí en una avalancha de gritos, desarticulados por la perplejidad y la aguda emoción de desesperación que me anegaba los sentidos. Pero el silencio continuaba siendo absoluto.
Dirigí de nuevo la mirada al lugar en el que había visto a aquel hombre, percatándome en este instante de que se localizaba justo en el centro de aquel recinto acristalado. La visión era dantesca.
El hombre estaba concienzudamente atado a una especie de singular silla, muy similar a las que usan los ginecólogos para explorar el aparato reproductivo femenino, e iba vestido tan sólo con una bata corta de color verde que dejaba al descubierto sus brazos, sus piernas y sus genitales. A pesar de ello, hacía desesperados esfuerzos por moverse, lo que se traducía en ese intenso, pero escasamente perceptible espasmo permanente que había observado anteriormente. El suelo, de un blanco níveo, estaba manchado de ocre y marrón por el orín y las heces que aquel pobre diablo, sin duda, no había podido contener.
A su alrededor maniobraba un equipo de gente también sin rostro, uniformada con unas largas batas de color caqui y mascarillas y guantes de cirujano. Eran tres equipos de seis, perfectamente coordinados por las órdenes gestuales que continuamente daba uno de ellos desde una especie de podio de color rojo que se elevaba sobre la sala.
De nuevo, no sin un gran recelo y atacado por una ansiedad creciente, me dispuse a volver a observar a aquel hombre. Le habían colocado una mordaza de cuero que había sido ajustada a su boca con saña. En principio pensé que tal vez sus gritos habían estado restando concentración a aquellos extraños personajes, cuyo cometido aún no llegaba a adivinar, y que por tal motivo se habían visto obligados a amordazarlo. Aunque en realidad el silencio seguía siendo absoluto. En cualquier caso, los interminables gritos que no cesaba de verter por sus enrojecidos ojos, por cada uno de los poros de su piel –ahora comprendí que el olor que había percibido al principio procedía en gran parte no de su orín y sus heces, sino de su sudoración-, por cada una de las convulsiones casi inmóviles que sacudían su cuerpo… se evidenciaban, mudos en el silencio, de un modo atronador.
Entonces fue cuando reparé en varios tubos de plástico delgados, largos y transparentes, que parecían partir desde detrás de las paredes de vidrio y que habían sido conectados a sus piernas y brazos por medio de unas deslumbrantes agujas plateadas que reflejaban con violencia el sol que se filtraba a través del cristal que conformaba aquella aséptica mazmorra. Horrorizado, comprendí que iba a contemplar una ejecución desde un lugar de privilegio que no imaginaba que nadie pudiese desear. Y que me encontraba en una funcional sala de diseño para la aplicación de penas de muerte mediante uno de esos métodos que definen, eufemísticamente y con cinismo, como humanitarios.
Me pregunté, entonces, cuál habría sido el delito de aquel ser indefenso y precario, que se debatía en una lucha desesperada y sin esperanza –imaginé en ese momento que el sonido de sus gritos debía asemejarse al que emiten los cerdos cuando huelen que van camino del matadero y no cesan de proferir, como maldiciones, esa especie de agudos gruñidos que recuerdan el llanto de un millón de niños enfermos y acosados de dolor-, para merecer ser tratado de un modo tan humillante y tan fría y calculadamente criminal, tan perpetradamente inhumano. Y no pude encontrar respuesta alguna.
Pensé que tal vez podría interceder de algún modo para tratar de detener aquella barbarie, pero entonces descubrí que, por mucho esfuerzo que hiciera con cada uno y todos los músculos de mi cuerpo, apenas podía moverme. Tan sólo podía girar la cabeza y, con el resto del cuerpo, sólo alcanzaba a articular un intenso y doloroso movimiento espasmódico muy similar al que había observado en aquel despojo humano que yacía sobre aquella extraña silla de obstetricia. Intenté de nuevo gritar cuando observé como unos líquidos de tenues colores transparentes comenzaban a circular por los tubos de plástico y en unos instantes se introducían en las arterias del hombre, que ahora ya sudaba a borbotones y hacia unos esfuerzos mucho mayores que antes por ejecutar, sin lograrlo, un movimiento certero que lo librara de aquel destino inminente e inexorable. En poco tiempo aquellos líquidos dejaron de fluir. Al pesado silencio se unía ahora una quietud inamovible. La muchedumbre gris, los tres equipos de verdugos, el aire de la habitación, todo, parecían formar parte de un breve instante congelado para siempre sin tiempo. Sólo aquel hombre y yo parecíamos aún no resignarnos a aquella vertiginosa inmovilidad. Súbitamente, el hombre, tras varios movimientos espasmódicos, aunque también de corto recorrido, mucho más violentos y desgarradores que los anteriores, se desplomó sobre su propio ser y quedó totalmente inmóvil.
Entonces desperté en el suelo sobre un charco de heces y orín que tintaba de ocre y marrón la bata verde que llevaba puesta. Y sentí, sin saberme culpable, que estaba muerto.
Poco a poco fui recobrando la claridad de la vista. Lo primero que captaron mis ojos, con el detalle suficiente como para que mi cerebro pudiese creer interpretar lo que le trataban de transmitir, fue la silueta de un hombre convulsionándose sobre una especie de camilla. Eran unas convulsiones casi imperceptibles, pero a la vez muy intensas, que se sucedían con una inusitada rapidez, casi sin solución de continuidad entre espasmo y espasmo.
Cuando hube recuperado suficientemente el equilibrio, comencé a mirar a mi alrededor. Me encontraba en lo que, sin ningún tipo de certeza, creí una especie de cámara de gas. Pero no era una cámara de gas habitual, como esas que nos hemos acostumbrado a ver en las películas norteamericanas. Esta tenía todas sus paredes, o su única pared cilíndrica -que terminaba formando sin ruptura aparente la cubierta semicircular que la coronaba-, de grueso vidrio. En el exterior, en una falsa llanura cuya cota se iba elevando con la lejanía y cuyos confines se perdían confundiéndose en el horizonte, una muchedumbre infinita de gente sin rostro, uniformada de gris, observaba inmutable, desde detrás de sus inexpresivos ojos de color negro vacío, lo que se me antojaba, por la infinita multitud que allí se había congregado, iba a ser un espectáculo incomparable.
De súbito, experimente una especie de extraño y sobrecogedor déjà vu que me hizo sentir como si ya hubiese estado anteriormente observando ese lugar -desde fuera, entre aquella infinita masa gris de personas sin alma- millones de veces. Un pavor angustioso comenzó a recorrerme cada nervio y cada célula del cuerpo y rompí en una avalancha de gritos, desarticulados por la perplejidad y la aguda emoción de desesperación que me anegaba los sentidos. Pero el silencio continuaba siendo absoluto.
Dirigí de nuevo la mirada al lugar en el que había visto a aquel hombre, percatándome en este instante de que se localizaba justo en el centro de aquel recinto acristalado. La visión era dantesca.
El hombre estaba concienzudamente atado a una especie de singular silla, muy similar a las que usan los ginecólogos para explorar el aparato reproductivo femenino, e iba vestido tan sólo con una bata corta de color verde que dejaba al descubierto sus brazos, sus piernas y sus genitales. A pesar de ello, hacía desesperados esfuerzos por moverse, lo que se traducía en ese intenso, pero escasamente perceptible espasmo permanente que había observado anteriormente. El suelo, de un blanco níveo, estaba manchado de ocre y marrón por el orín y las heces que aquel pobre diablo, sin duda, no había podido contener.
A su alrededor maniobraba un equipo de gente también sin rostro, uniformada con unas largas batas de color caqui y mascarillas y guantes de cirujano. Eran tres equipos de seis, perfectamente coordinados por las órdenes gestuales que continuamente daba uno de ellos desde una especie de podio de color rojo que se elevaba sobre la sala.
De nuevo, no sin un gran recelo y atacado por una ansiedad creciente, me dispuse a volver a observar a aquel hombre. Le habían colocado una mordaza de cuero que había sido ajustada a su boca con saña. En principio pensé que tal vez sus gritos habían estado restando concentración a aquellos extraños personajes, cuyo cometido aún no llegaba a adivinar, y que por tal motivo se habían visto obligados a amordazarlo. Aunque en realidad el silencio seguía siendo absoluto. En cualquier caso, los interminables gritos que no cesaba de verter por sus enrojecidos ojos, por cada uno de los poros de su piel –ahora comprendí que el olor que había percibido al principio procedía en gran parte no de su orín y sus heces, sino de su sudoración-, por cada una de las convulsiones casi inmóviles que sacudían su cuerpo… se evidenciaban, mudos en el silencio, de un modo atronador.
Entonces fue cuando reparé en varios tubos de plástico delgados, largos y transparentes, que parecían partir desde detrás de las paredes de vidrio y que habían sido conectados a sus piernas y brazos por medio de unas deslumbrantes agujas plateadas que reflejaban con violencia el sol que se filtraba a través del cristal que conformaba aquella aséptica mazmorra. Horrorizado, comprendí que iba a contemplar una ejecución desde un lugar de privilegio que no imaginaba que nadie pudiese desear. Y que me encontraba en una funcional sala de diseño para la aplicación de penas de muerte mediante uno de esos métodos que definen, eufemísticamente y con cinismo, como humanitarios.
Me pregunté, entonces, cuál habría sido el delito de aquel ser indefenso y precario, que se debatía en una lucha desesperada y sin esperanza –imaginé en ese momento que el sonido de sus gritos debía asemejarse al que emiten los cerdos cuando huelen que van camino del matadero y no cesan de proferir, como maldiciones, esa especie de agudos gruñidos que recuerdan el llanto de un millón de niños enfermos y acosados de dolor-, para merecer ser tratado de un modo tan humillante y tan fría y calculadamente criminal, tan perpetradamente inhumano. Y no pude encontrar respuesta alguna.
Pensé que tal vez podría interceder de algún modo para tratar de detener aquella barbarie, pero entonces descubrí que, por mucho esfuerzo que hiciera con cada uno y todos los músculos de mi cuerpo, apenas podía moverme. Tan sólo podía girar la cabeza y, con el resto del cuerpo, sólo alcanzaba a articular un intenso y doloroso movimiento espasmódico muy similar al que había observado en aquel despojo humano que yacía sobre aquella extraña silla de obstetricia. Intenté de nuevo gritar cuando observé como unos líquidos de tenues colores transparentes comenzaban a circular por los tubos de plástico y en unos instantes se introducían en las arterias del hombre, que ahora ya sudaba a borbotones y hacia unos esfuerzos mucho mayores que antes por ejecutar, sin lograrlo, un movimiento certero que lo librara de aquel destino inminente e inexorable. En poco tiempo aquellos líquidos dejaron de fluir. Al pesado silencio se unía ahora una quietud inamovible. La muchedumbre gris, los tres equipos de verdugos, el aire de la habitación, todo, parecían formar parte de un breve instante congelado para siempre sin tiempo. Sólo aquel hombre y yo parecíamos aún no resignarnos a aquella vertiginosa inmovilidad. Súbitamente, el hombre, tras varios movimientos espasmódicos, aunque también de corto recorrido, mucho más violentos y desgarradores que los anteriores, se desplomó sobre su propio ser y quedó totalmente inmóvil.
Entonces desperté en el suelo sobre un charco de heces y orín que tintaba de ocre y marrón la bata verde que llevaba puesta. Y sentí, sin saberme culpable, que estaba muerto.
Abril de 2006
martes, 7 de febrero de 2012
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lunes, 6 de febrero de 2012
Relatos verosímiles (26): La Torre Pelli va al psiquiatra (Carlos Parejo)
Doctor, estoy teniendo una pesadilla tras otra, y mis cimientos pueden llegar a temblar peligrosamente con tanta agitación. En el primer sueño un avión de los que llegan al aeropuerto se estrellaba contra mis entrañas, en un día de niebla profunda en el vecino río Guadalquivir. Era horripilante ver cómo las personas saltaban al vacío desde los pisos altos, como en las Torres Gemelas de Nueva York. Tuve un segundo sueño en que me incendiaba enterita. Los bomberos no tenían escaleras ni mangueras que llegaran hasta los últimos pisos, como en la madrileña Torre Windsor. Por si fuera poco, la tercera vez se formaba una cola kilométrica de vehículos en esta entrada a Sevilla capital. Todos los conductores me pitaban, como si este eterno agujero negro de circulación mecánica, con mi presencia, se hubiera agrandado sin solución.
Mi interior es sencillo, de hierro y hormigón armado. Aunque luego un arquitecto argentino me vista de colorines como los trajes de flamenca. Y yo no he pedido crecer tanto, como si me pudiera la soberbia de mirar desde arriba a la Giralda, o de que los sevillanos se sientan diminutos ante mi grandiosidad. Esa decisión, igual que el lugar que ocupo, fue obra del poder financiero que me hizo nacer para perpetuarse en la memoria y, de paso, recordar a los ciudadanos que, hoy día, este llamado "poder invisible" se cree más grande e invencible que el mismo Dios.
Mi interior es sencillo, de hierro y hormigón armado. Aunque luego un arquitecto argentino me vista de colorines como los trajes de flamenca. Y yo no he pedido crecer tanto, como si me pudiera la soberbia de mirar desde arriba a la Giralda, o de que los sevillanos se sientan diminutos ante mi grandiosidad. Esa decisión, igual que el lugar que ocupo, fue obra del poder financiero que me hizo nacer para perpetuarse en la memoria y, de paso, recordar a los ciudadanos que, hoy día, este llamado "poder invisible" se cree más grande e invencible que el mismo Dios.
© Carlos Parejo
domingo, 5 de febrero de 2012
sábado, 4 de febrero de 2012
La estrella incierta
una esperanza nueva me ha nacido
más fuerte que ninguna otra que tuve
aunque penda del hilo siempre incierto
que ofrecen la estadística y la suerte
esta nueva esperanza este motivo
se llama vida y me ha dado la vida
que ya di por perdida y sin embargo
maldigo al leviatán que la engendrado
y hubiese preferido consumirme
en medio del abismo oscuro y frío
parido por la hostil desesperanza
a esta estrella en la noche que ilumina
el sueño de que tú no te me mueras
viernes, 3 de febrero de 2012
Yermos de Castilla
Apenas queda pan sobre la mesa
de los pobres: una horda de felones
está con él colmando los arcones
del clérigo, el banquero y la marquesa.
Y, en tanto las migajas con aviesa
codicia ya se apropian los hampones,
el pueblo ninguneado, en procesiones,
charanga y pandereta se embelesa.
Torpe pueblo español, triste borrico
devoto de Frascuelo y de María,
pueblo de circo haciendo apostasía
del hacha vengadora, pueblo rico
sólo en hacer babeante adoración
de aquellos que han de helarle el corazón.
Ilustración: cortesía de Agustín Casado.
Constrictor
igual que una constrictor se me enrolla
al alma hecha jirones la demencia
me asfixia en su sudario absorbe el hálito
precario que aún conservo pese al áspero
tormento que me inflige la tristeza
de ver como se pudren los puntales
con que me tengo en pie sin esperanzas
mas ya en este disímil forcejeo
que a duras penas libro con la bestia
tratando de que no alcancen sus fauces
voraces a engullirme la cabeza
advierto que las fuerzas me abandonan
y no ha de resistir por mucho tiempo
a su rigor mi escuálida entereza
y empiezo a abandonarme mientras pienso
perplejo que quizás no sea tan malo
soñar hasta la muerte que soy otro
que no seré con suerte Torquemada
Stalin Reagan Hitler o Videla
y sí Valente Lorca o Vilariño
y al cabo Pizarnik Plath o Pavese
como un triste roedor me voy rindiendo
al lazo contumaz de la constrictor
jueves, 2 de febrero de 2012
Desasosiego
recién me he despertado de la siesta
-el diazepam qué espléndido somnífero-
contemplo con horror como agonizan
sin aún haber nacido mis futuros poemas
me afano por hallar algún remedio
de urgencia y milagroso que los sane
del cáncer despiadado que los seca
-un quiasmo una metáfora una hipérbole-
y sólo entono un ruego moribundo
que arrítmico y silente tras nombrarte
reitera sin cesar no te me mueras
La esperanza
ayer ahogado en llanto
estuve todo el día con su noche
consultando estadísticas
hay 9 sobre 10 a tu favor
a favor de la vida
a favor de este mundo que contigo
en él siempre será más bondadoso
además a pesar de la tristeza
me esperanzo pensando en que ya es hora
de que una vez al menos en la vida
puedas contar contemos con la suerte
miércoles, 1 de febrero de 2012
El espanto
he escupido silencios animales
en ese hostil confín donde batallan
blasfemias y plegarias la fe y la apostasía
he oído a dios negarse por tres veces
antes de degollar mi ahogado ruego
despréciame no me hables no me escuches
no me mires destiérrame por siempre
no me perdones
nunca
pero no te me mueras no
te me mueras no te me mueras
La lágrima inerme
Llamada perdida (III)
odio hablar por teléfono
no poder ver los gestos
la mirada
de mi interlocutor
sí
odio hablar por teléfono
si no más casi tanto
–ahora que nunca llamas-
como odio tu silencio
no poder ver tus gestos
tus labios tu mirada
sellados de desprecio
¿será porque son siempre
los ojos lo primero
que engullen los gusanos
del alma de los muertos?
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