Marta se había sentido fascinada desde su infancia por los rastros y las pistas. Quizás, viendo las películas del Oeste, con los indios enviando señales de humo para informar de la presencia de hombres blancos. Quizás por su afición a descubrir lo oculto tras la superficie, imaginando quién llegaba a casa por el sonido y ritmo de sus pisadas.
Luego, enseñó a sus padres a manejar el GPS del automóvil. Y, finalmente, se empleó en una empresa de búsqueda y posicionamiento digital de personas, trabajo que compatibilizaba con el de monitora en juegos de orientación de un parque multi aventuras.
Aún así, el espionaje le hacía sufrir cuando comenzó a aplicarlo a sus primeros amores con resultados sorprendentes. Daniel le sonreía deliciosamente pero se iba a la playa con su amiga María, diciendo a los demás que estaban ocupadísimos con sus estudios de oposiciones. Esa otra realidad, oculta tras mentiras e hipocresías, era una parte de sus técnicas de espionaje digital que, francamente, la descorazonaba.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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