"Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera,
con ese sutil, misterio de lo virgen, los copos nevados de sus flores.
Aquel magnolio fue siempre para mí, algo más que una hermosa realidad:
en él se cifraba la imagen de la vida."
CERNUDA, LUÍS. Ocnos. 1947.
No son muchos, quizás habrá cerca de un centenar de magnolios en el caserío sevillano. Sus lugares preferidos para los jardineros municipales son las placitas y, sobre todo, las amplias esquinas. Aquéllas donde las edificaciones son la lejana orilla de dilatadas aceras que cual playas se aproximan al mar de asfalto. Los más antiguos se encuentran en los Jardines del Alcázar, en el denominado Jardín de la Danza, frente al estanque de Mercurio. El más famoso y ejemplar, es el que se sitúa justamente en una esquina de la Catedral con el Archivo de Indias, donde para asombro del visitante se refugian del calor los coches de caballo. Otro, muy entrañable, es el que cobija la “Pila del pato”, en la plazuela del mismo nombre. Él sólo se basta y se sobra para dar sombra a todos los bancos de alrededor y algún que otro velador intruso. Y es que el magnolio crece con ramajes gruesos y nudosos desde muy abajo y con hojas grandes que le dan una frondosidad enorme a lo ancho y a lo alto. También es árbol de gran porte y corpulencia que llega a los veintitantos metros. Y si no, miren ustedes esos viejecitos magnolios de los jardines de Murillo, cuyas raíces pueden servir de escondite a los niños o de tumbona para la siesta al turista en los meses de verano.
Sus grandes flores primaverales despiden un olor fuerte y son blancas en forma de hélice, descansando sobre sus oscuras hojas, de un verde primitivo. Sus decenas de inquilinos, especialmente jilgueros y mirlos, se despiertan y acuestan piando estridentemente. En esos instantes, diríase que estamos en una selva pantanosa tropical de su Florida natal, más que en una gran ciudad. Pero no nos engañemos, a los magnolios los trajimos desde las Américas hace 300 años, y su edad en estas tierras vírgenes se remonta al tiempo de los dinosaurios, unos dos millones de años.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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