domingo, 13 de abril de 2014

Hégira

Quiero escapar de aquí, de la memoria.
Pero afuera es invierno y no tengo zapatos
y hasta ahora he nadado siempre a contracorriente
sin tomar la cautela de guardar la pelliza.
Pero ansío escapar, lo necesito,
y salgo a la intemperie –la ventisca
se mezcla con la lágrima, cegándome–
y, trémulo, deambulo
sobre la lengua hambrienta del glaciar de la pérdida.
Siento el hielo subiendo desbocado
desde mis pies descalzos –no hay dolor, pero el miedo
duele más que una muerte– por las piernas desnudas
hasta alcanzar el sexo, las tripas, los pulmones,
limpiándolos de anhelos, sepultando las huellas,
el rastro de unos pasos que no fueron ni un sueño.
Quiero escapar de aquí, pero presiento
que no podré –me siento tan cansado–
y que está mi destino unido al de esta nieve
con vocación de eterna. Sin embargo,
es tal bálsamo el frío castrando los sentidos
que, atado sin remedio al origen, comienzo
a imaginarme libre. No es más que una Quimera.
De súbito, los brazos lenitivos del hielo
se enroscan como hiedra al corazón
–postrer bastión de la añoranza–
que, más allá de helarse,
comienza a arder como una zarza
bíblica inextinguible
donde, en lugar de dios,
anida lo vacío.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizás anide un dios con forma humana en ese corazón que arde como zarza, que persigue un ideal indefinido