miércoles, 18 de diciembre de 2013

Lotería (Agustín Casado)

El domingo madrugó,
levantose más temprano
de lo normal cotidiano.
Por fin día veintidós,
el momento de ir al grano,
de probar que su invención
iba a darle la razón.
Que su método euclidiano
le hará ganar un pastón
a la peña “Los Marianos”
y él, su tesorero ufano,
la justa reputación
de avispado salvador
que la banca reventó
con su gran golpe de mano.
A las siete despertó,
apagó el despertador
que no había aún sonado,
las pantuflas se calzó
y en su batín arropado
relamiose de antemano
del triunfo que vendría
a probar que su teoría
a acertar iba de plano
en el misterioso arcano
de ganar la lotería.
Tarareando como El Nano
que hoy puede ser un gran día,
la del alba aún sería
al entrar nuestro pendejo
al cuarto de baño anejo.
Gran idea, como mía,
díjose él mismo al espejo
al tiempo que se bruñía
la calva que relucía
ya más que los azulejos,
devolviéndole el reflejo
un guiño de picardía
y la risa de conejo
de sus dientes disparejos,
que, más que los buenos días,
uno le respondería
con un “¿Qué hay de nuevo, viejo?”
Engafose las dioptrías,
se armó de rotulardor
y encendió el televisor.
Por delante el gran listado
que tenía preparado
y de menor a mayor
los números apuntados.
Y comienza el soniquete.
Los niños con su falsete
ordeñando van los bombos,
uno gordo cual Falete,
otro flaco como un bonzo,
y los de San Ildefonso
venga ochos, cuatros, sietes,
treinta y cincos, veintisietes,
que lo llenan de alborozo
mas lo ponen en un brete
porque van como un cohete
y por más que corre el sonso
no da tiempo a tachar todos.
Esto va de rechupete,
las pedreas un quilombo,
tiene todas las del bombo.
“¡Tobalito, tu mollete!”,
su señora se entromete
llamándolo desde el fondo.
“¿Con mantequilla o aceite?”
Pero él hace oídos sordos
porque olfatea y presiente
que las bolas van calientes,
que está por salir el gordo,
Y fue en la serie siguiente
que nuestro ratonil genio
lanza un grito de demente
cuando sale el tercer premio
y aunque siempre ha sido abstemio
- “Niña ponme un anisete”-
se permite un refrigerio.
A las diez y tres minutos
le cae cual maduro fruto
para el agudo vidente
en la buchaca el segundo.
Y se cierra triunfalmente
el premonitorio asunto
en dando las once un punto
cuando con gorgeo urgente
aquella mano inocente
muestra a los allí presentes
la bola que a todo mundo
le pone largos los dientes,
el gordo, que como siempre
se ha vendido íntegramente
en la aldea de San Facundo.
A nuestro televidente
le resulta indiferente
tanto en qué administración
como en qué pueblo o región
se ha vendido tal billete
porque sabe, porque siente
que ha hecho pleno el muy bribón.
Su sistema abracadabra
acertó toda la tabla,
funcionó como un reloj.
Por poco se descalabra
brincando sobre el sillón.
No le salen las palabras
y con su estridente voz
da gritos por el balcón,
se desboca, se desmadra.
A su santa en camisón
le propone un revolcón.
“¡Cris, estás como una cabra!”
Cuando recupera el habla
tiene una idea macabra:
“Ya no sé si yo soy yo,
y si esto es Castellón:
¡me siento Carlitos Fabra!”
Y más rico que Botín
sin quitarse ni el batín
sale nuestro hombre a la calle
a sumarse al gran festín
sin importarle el detalle.
Sin paraguas aunque orbaye,
a beber champán a morro,
a bailar, les digo, en corro.
Como me llamo Agustín,
que dio dos calás a un porro.
En un puesto del mercado
que ha resultado agraciado
se retrata con el gorro
de la que vende pescado.
En una peña del Rayo
que dio participaciones
se suma a cantar canciones
desafinado y con gallos.
Y el coro de papagayos
que repite machacón
“Cuidadín con los ladrones
que no nos den un tirón,
somos ricos de cojones
y Montoro es un cabrón”
“Un respeto campeones,
-cae en la cuenta el tontorrón-,
que ese Montoro soy yo”
Llegan las televisiones.
“¿Y a usted cuánto le ha tocado?”
“Mas de cinco mil millones.
Todo en participaciones”
“¿Cuál el número agraciado?”
“Pues son todos, se supone”

Queridísimos oyentes,
les deseo con este cuento
les sople a favor el viento.
y si es demasiado fuerte
sinceramente, lo siento.
A remar contra corriente,
ya vendrán mejores tiempos.
Y que Dios reparta suerte
pa’salir de la miseria
que la cosa está mu’seria,
recordándoles por cierto
que su número va a medias
sin comerlo ni beberlo
con el tío que los vende:
usté paga tol’billete,
él juega el veinte por ciento.


Texto e ilustración: Agustín Casado

1 comentario:

Anónimo dijo...

Good. Me gusta esa expresión tan original de engafate las dioptrías.