El viejo árbol sin sombra -el firmamento
es una gruesa losa de granito y arsénico-
siente la savia helándose en sus venas
y al pájaro de fuego que hizo nido en sus brazos,
desertando del frío
con rumbo a territorios de sol y de palmeras.
En un postrer esfuerzo, patético a la vez
que titánico, arranca
sus raíces del nocivo permafrost
que constriñe sus ansias,
tratando de seguir el trino alegre
del apostata alado,
para ir a dar de bruces contra el hielo
quedándose a merced de una caterva
de buitres-leñadores que armados de carámbanos
de hidrógeno trocean su cadáver
en tanto su alma queda para siempre
cautiva de la hirsuta
lengua glaciar de la desesperanza.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
1 comentario:
Todos tenemos algo de apóstatas alados y cárceles de desesperanza. Bonito.
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