Don Gatuno era mi abuelo y nació en esta misma calle. Pero entonces vivía en una selva de caserones abandonados y semiarruinados. Vagaba, según su conveniencia, desde los tejados más recónditos para sus citas amorosas a las residencias más frescas para el verano o los más cálidos hogares para el húmedo y friolento invierno. Yo, Gatito moderno, nunca los he conocido. Paso mi vida escondido en los bajos de los automóviles. Huelen a alquitrán y gasolina, pero no me quejo: son abrigados, oscuros y protegidos. Lo más lejos que me aventuro es al parque de mayores. Allí, como todos los gatos del barrio, hago mis tablas gimnásticas en esos extraños aparatos que ningún mayor usa nunca. Y me digo, ¿Para qué se lo construyeron entonces? Y me contesto: ¿Alguien entiende a los seres humanos?
(¢) Carlos Parejo Delgado
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